Este es un cuento semejante al recogido por Espinosa llamado La asadura del muerto.
Almodóvar también recoge uno con el mismo tema que se titula ¡Ay, madre, quién será!
Este cuento es muy conocido en Aragón y supongo que en muchas otras partes de España. En Zaragoza he oído una versión que era diciendo “Pedrito, Pedrito, ¿Dónde están mis higaditos?”. También lo he escuchado con Carlitos.
En Plenas mis primos se acordaban que era con una mano negra, y que se hacía para darle miedo a los niños. Junto con este recordaban también un cuento, de miedo, que trataba sobre un dedo con un anillo.
Estaba un niño con su abuela, jugando por la casa y le dice la abuela:
—Hijo mío, baja a comprarme unos higadicos y unas asaduras para la cena.
—Pero abuela, que ahora estoy jugando…
—Venga, baja a comprarlos.
—Hijo mío, baja a comprarme unos higadicos y unas asaduras para la cena.
—Pero abuela, que ahora estoy jugando…
—Venga, baja a comprarlos.
Y el niño, de mala gana, fue a comprar a la carnicería.
Cuando volvía a casa, se encontró en la plaza a unos amigos jugando y le dijeron que si quería jugar un rato con ellos. Así lo hizo. El paquetico que había comprado lo dejó apoyado en una piedra y se puso a jugar.
Un perro que por allí pasaba lo olió y se lo comió y el niño se quedó sin la cena de la abuela.
—¡Y ahora que voy a hacer!
—¡Y ahora que voy a hacer!
Y no se le ocurre otra cosa que ir al cementerio donde habían enterrado ese mismo día a un señor que se había muerto.
Llegó al cementerio y desenterró el cadáver. Con una navajica que llevaba le abrió las tripas y le sacó los hígados y las asaduras. Las envolvió en el papel de la carnicería y se las llevó a su abuela.
Su abuela lo empezó a freír. Le dijo al niño si le apetecía probar algún bocado:
—No abuela, que estoy desganado.
—No abuela, que estoy desganado.
La abuela se lo comió todo y al poco rato empezó a ponerse muy mala y se murió.
El niño, aterrado, se metió en la cama sin saber que hacer y entonces empezó a oír pasos por el piso bajo…
Y una voz que decía:
—Soy la mano negra, y ya estoy en la primera escalera…
—Soy la mano negra, y ya estoy en la primera escalera…
Plom, plom…
—Soy la mano negra, y ya estoy en la segunda escalera…
—Soy la mano negra, y ya estoy en la segunda escalera…
El niño estaba aterrado, y se escondía entre las sábanas.
Plom, plom… (se oían los pasos).
—Soy la mano negra, y ya estoy en el último escalón…
—Soy la mano negra, y ya estoy en el último escalón…
Era la voz del muerto que subía a recoger las partes de su cuerpo que le habían sido robadas para poder descansar en paz eternamente…
—Soy la mano negra, y ya estoy debajo de tu cama…
—Soy la mano negra, y ya estoy debajo de tu cama…
Plom, plom…
—Soy la mano negra, y ya estoy ¡aquí!
—Soy la mano negra, y ya estoy ¡aquí!
(Cuando se decía ¡aquí! se hacía gritando y el que contaba el cuento agarraba fuertemente con las manos al niño que escuchaba la narración y, como lo cogía desprevenido, gritaba aterrorizado).
Recopilación Ángel S. Tomás
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