31 mar 2011

La mala suegra


Cuento que nos contó Maxima Gracia, de Plenas

En una casa vivía un matrimonio y la suegra, que era muchismo mala,  que no quería a su nuera.
No más quería que el hijo pegara a la mujer. Y le decía:
–Pero madre ¿Como quiere que le pegue si no me da motivos?
–Pues tú pégale.
Y para pegarle, empezó a hacer cosas para que la mujer se enfadara y así poderle pegar.
Un día va al campo y trae un burro cargado con leña y lo entra de culo, y no podía pasar por la puerta. Pero la mujer, en vez de enfadarse, le dice:
–Pues has hecho bien, bastante ha entrao de cara…, pues ahora que entre de culo.
Como no se enfadó al otro día le echó el gato a la tinaja del agua.

Y la mujer le dijo:
–Pues hijo, has hecho bien, pues quería cambiar el agua y así la cambeo.
Y no se enfadó.
Al día siguiente le tiró todos los cacharros del aparador, y le dijo:
–Pues hijo, has hecho bien, que ya los tenía viejos y así me los compraré nuevos.
No se enfadaba por nada. Y tanto era así que le dijo la mujer al marido:
–¡Chico! ¿Por qué me haces esas cosas?
–Pues mira, hija, que me dice mi madre que te pegue una paliza y como no me das motivos no te la puedo pegar.
Entonces le dice la mujer:
–Pues mira,vamos a hacer una cosa. Me pones la albarda del burro por encima y entonces me pegas una paliza.
Y el marido le pegaba y la mujer se quejaba.
–¡No me pegues más! ¿Por qué me pegas? Ay, ay…
Y la suegra desde afuera le decía:
–¡Mátala!, ¡mátala!, ¡mátala!
Entonces la nuera sale de la albarda, coge a la vieja de los pelos y la tiró escaleras abajo.
Entonces, casi la mata, le hace mucho daño. Llaman al cura porque estaba muy mala y le dice el cura que el qué le pasa...
Y la vieja dice:… rtttzze, calera arriba, zzccz, calera abajo. 

Pero no se le entendía casi nada porque se había roto los dientes, y el cura pregunta:
–¿Qué dice?
Y la nuera dice:
–Sabe lo que dice, que nos deja todo, de arriba a abajo.

Recopilación Ángel S. Tomás


Segadores, segadores


Version recogida en Plenas

Había una señora que tenía tres hijas y vivían de los higos que iban a vender cada día a la plaza del pueblo. Como eran muy pobres, su madre les decía que no tenían que regalarle a nadie los higos, que si querían higos que los pagaran.

Un día estaba la hija mayor vendiendo higos en la plaza del pueblo y pasó una mujer con un niño pequeño en brazos y le pidió a la chica que vendía higos que por favor, le diera alguno porque su niño tenía hambre. Esta señora era la Virgen.
Ella le dijo que no, que su madre le había dicho que no le diera higos a nadie. Entonces los higos se le convirtieron en ortigas y cardos, y se fue llorando a su casa.
Le contó a su madre lo que había pasado, pero al día siguiente mandó a la hija mediana y le recordó que no regalara ningún higo a nadie.
Estaba la hija mediana en la plaza:
–¡Quien me compra estos higuicos buenos! 

Pasó por allí otra vez la mujer con el niño y le pidió un higo para su hijo que tenía hambre. Ella le contestó que su madre le había dicho que no le diera a nadie.  Igual que le pasó a su hermana el día anterior, los higos se le convirtieron en ortigas, cardos y cachurros, y volvió llorando a su casa.
Entonces la madre muy enfadada mandó a la hija menor a vender higos a la plaza y le dijo lo mismo que a las otras, que no diera higos gratis a nadie.
La pequeña fue a la plaza y cuando estaba anunciando sus higos, pasó por allí otra vez la mujer con el niño pero en esta ocasión, la pequeña tuvo mucha lástima de ellos y les dio un higuico y medio.
Volvió de la plaza y le contó a su madre que le había dado un higuico y medio a una señora y a su hijo.  La madre se enfureció muchísimo, le pegó una gran paliza por desobedecerle y la encerró en un oscuro corral que se hallaba abandonado junto a un extenso campo de trigo y bastante alejado del pueblo.
Pasaron los días y en el campo donde se encontraba la hija pequeña había crecido el trigo. Era la época de la siega. Los segadores empezaron a segar y cuando llegaron cerca del corral donde estaba encerrada la niña, oyeron esta canción:
Segadores, segadores,
mirad mi mata de pelo,
que la tuna de mi madre
me encerró por higuico y medio.

Rápidamente los segadores pararon de segar y buscaron de dónde venía aquélla fina voz. Por un estrecho ventano que había en lo alto de una de las paredes del corral se asomaba una enorme melena rubia que casi se confundía con el dorado color del trigo y que le había crecido a la niña mientras estuvo encerrada. Al cabo del rato lograron abrir las complicadas cerrajas de las puertas del corral y sacaron a la pequeña. La pequeña les contó todo lo sucedido y los segadores muy enfadados, fueron al pueblo a buscar a la madre, le preguntaron porqué había encerrado a la niña y la echaron del pueblo.

Recopilación Ángel S. Tomás

San Juan y San Pedro


Versión que nos contó Alfredo Plou, de Plenas

Erase una vez dos pobres: uno era San Juan y el otro San Pedro. Pasaban por un pueblo y decidieron dormir en la posada. El posadero les dio alojamiento y como estaban muy cansados, pensaron acostarse rápidamente en la cama.

Cuando entraron en la posada, había dos individuos bebiendo, que al verles entrar con pintas de pobres, comenzaron a reirse de ellos y después de mucho beber y beber, para divertirse, decidieron ir a pegarles cuando estuviesen dormidos, con la complicidad del propio posadero. Entraron en la habitación, se dirigieron al más cercano a la puerta y lo emprendieron a palos hasta que se cansaron y se fueron diciendo:
– ¡Hala, vámonos a la cantina a beber y luego volveremos para pegarles de nuevo!
Como le habían dado la paliza a San Juan, San Pedro le dijo que se cambiara de cama pues había escuchado sus malas intenciones y como ya le habían pegado a San Juan, así no le volverían a sacudir dos veces. Y se volvieron a dormir
Al cabo del rato volvieron los individuos y uno de ellos dijo:
–Oye, como antes le hemos sacudido a este, ahora le vamos a dar al otro y así repartimos los palos. Comenzaron a pegarle, pero como se habían cambiado de cama, otra vez le correspondió la paliza a San Juan. Los malhechores, una vez descargada su ira se marcharon.
San Juan y San Pedro durmieron como pudieron pero con todo el cuerpo rebosante de miedo. Al día siguiente, se levantaron temprano y se marcharon enfadados de la posada, pero se llevaron el gallo del posadero, que ni más ni menos era, su despertador preferido.
Por un angosto camino y con el gallo a cuestas, se dirigieron hacia el pueblo más cercano. El posadero, al darse cuenta de que le faltaba el gallo, fue tras ellos hasta que los avistó y entonces les comenzó a gritar:
–¡Ladrones, devolvedme el gallo!
Los santos volvieron la vista atrás y convirtieron al posadero en burro, y al mismo tiempo llevárselo con ellos.
Al llegar al pueblo, había varios albañiles que estaban haciendo reparaciones en la puerta de la Iglesia y San Juan y San Pedro decidieron regalarles el burro.
–No tengan duelo del animal, háganle trabajar duro y no se preocupen por él, y péguenle si no hace caso –dijeron los santos–.
Transcurrido cierto tiempo el burro se volvió a convertir en posadero, regresó a su pueblo lleno de dolores y sobre todo, se quejaba de los palos que le habían dado los albañiles. También recordaba a los dos pobres que había conocido en su posada, prometiendo fielmente a no volver a ser cómplice de ninguna acción violenta y a respetar a los más desfavorecidos.

Recogido por Ángel S. Tomás

El penitente de Allueva


Cuento que nos contó Alfredo Plou, de Plenas

Hace muchos años, siglos, para celebrar el nombramiento de un nuevo Papa en Roma, se pensó que lo mejor sería que toda la nación se confesara. Se pidió a todos los sacerdotes que hicieran una relación de los individuos que se confesaban y de los que no. Y en los diferentes pueblos se organizaron confesiones.
En Allueva había un individuo que no quería confesarse pero que quería aparecer en la lista de los que sí se habían confesado por si eso le pudiera reportar algún beneficio; o por lo menos ningún perjuicio, por ser la nación muy católica.
Le estuvo dando a la cabeza a ver como hacía para resolver el dilema.
El individuo fue a hablar al cura de Allueva y le dijo:
–Señor cura, yo deseo confesarme pero me gustaría hacerlo con el cura de Salcedillo pues lo he tratado más que a usted.
–Pues no hay ningún problema, va usted allí, le confiesa el cura y le pide que le haga un certificado como que se ha confesado con él. Lo trae y le apuntaremos en la lista.
–Gracias señor cura, así lo haré.
Y se fue hasta Salcedillo.
Allí fue a hablar con el cura y le dijo que le venía a visitar y que le gustaría que le hiciera un papel como que había estado de visita.
El cura de Salcedillo se olió el asunto y le preguntó:
–¿Sabe usted leer?
–No señor.
–Bueno, pues ahora le hago el escrito como que usted ha estado aquí visitándome para que se lo lleve al cura de Allueva.

El cura de Salcedillo le dio el papelico y creyendo que ya había resuelto el asunto, volvió a Allueva y fue al cura a llevarle el papel.
El cura de Allueva lo lee y le dice:
–Ya veo que has estado en Salcedillo, pero no te has confesado.
El cura de Salcedillo le había escrito en el papel:
Ahí te mando
al penitente de Allueva,
que ni se ha confesao
ni cuenta que lleva.
–Vaya, esto me pasa por no haber ido a la escuela.
 Recogido por Ángel S. Tomás

Fonfría. Santuario de la Virgen de la Silla

Fonfría, 1988. Desde la carretera que dirige a Olla se divisa el Santuario de la Virgen de la Silla y a la derecha, el arbolado donde se encuentra el antiguo molino harinero, junto al nacimiento del río Huerva. Foto: I. Navarro
Xilocapedia

El Colladico, enero de 1994

La iglesia seguia igual que hacía 8 años
El Colladico, en 1994. Foto: Ángel S. Tomás

Aquí vemos como iba quedando el pueblo arrasado.
No dejaron morir el pueblo con dignidad y lentitud, como mueren normalmente nuestros pueblos, que se van deshaciendo las casas y luego, todo desaparece, eso es un final normal, pero aquí, con excavadoras se arrasó todo.

El Colladico, en 1994. Foto: Ángel S. Tomás
Los maderos que un día fueron las vigas de las casas del Colladico yacen amontonados, supongo que para leña.
El Colladico, en 1994. Foto: Ángel S. Tomás
Restos de la destrucción del Colladico
El Colladico, en 1994. Foto: Ángel S. Tomás

El Colladico, julio de 1986

Vista del estado de la iglesia parroquial.
El Colladico, en 1986. Foto: Ángel S. Tomás.

El Colladico era un pueblo con sus casas, su horno para hacer pan, del que vemos parte de la estructura, y tenía su encanto. Una pena y una vergüenza que lo derribaran
El Colladico, en 1986. Foto: Ángel S. Tomás.
Una calle del Colladico
El Colladico, en 1986. Foto: Ángel S. Tomás.
Vistas de algunas casa que ya empezaban su proceso de arruinamiento por el abandono en el que se encontraba.
El Colladico, en 1986. Foto: Ángel S. Tomás.

Cómo era El Colladico

Panorámica de El Colladico antes de su demolición. Fuente: Archivo Beltrán Bailo.

30 mar 2011

Paisajes de Plenas 5

Mas paisajes de nuestro maravilloso entorno




Chopos cabeceros al atardecer

ladera llena de almendros

Campo en el Plano

Por las Tarayuelas

Paisaje por el Rio Seco

Una carrasca en Montenuevo


La Peña Lavanto


Paisaje cerca de la Peña Lavanto. El curso del Rio Seco

Vistas desde lo alto de la Peña Lavanto

Cima de la Peña Lavanto

Estrecho de la Peña Lavanto, cauce del río Seco

Estrecho de la Peña Lavanto

Interior de una casa


Aquí mostramos el interior de una casa deshabitada de Plenas, un auténtico tesoro.
Los interiores de las viviendas de Plenas, y de todos nuestros pueblos van desapareciendo irremediablemente. Las casas habitadas se modernizan constantemente, las deshabitadas se van hundiendo.
El verano pasado nos abrieron una casa deshabitada desde hacía mas de cincuenta años y estuvimos viéndola y fotografiándola.
Pasear por las estancias era volver al pasado: eran espacios familiares, los colores, las barandillas, las cosas… eran los de mi infancia… todo un tesoro encontrado.
Espacios melancólicos, algo tristes, fruto de una época determinada…, ahora permanecen congelados en el tiempo…
Escaleras de subida


Detalle del hogar…
Al calor de la lumbre escuchábamos las maravillosas narraciones contadas por los abuelos…


Detalle de los techos

Cuarto donde estaba el torno. En muchas casas había masaderas, tornos, etc., en los cuales las mujeres preparaban la masa para llevarla al horno y hacer el pan.

Vista del patio, con la escalera de acceso al piso superior

Detalle del patio

Detalle de la cocina. Qué diferentes las austeras cocinas de esas casas con las actuales

Una puerta… qué colores…

Detalle de las falsas y graneros

Más granero

Otra vista



Detalle de una habitación interior