Cuento que nos contó Alfredo Plou, de Plenas
Hace muchos años, siglos, para celebrar el nombramiento de un nuevo Papa en Roma, se pensó que lo mejor sería que toda la nación se confesara. Se pidió a todos los sacerdotes que hicieran una relación de los individuos que se confesaban y de los que no. Y en los diferentes pueblos se organizaron confesiones.
En Allueva había un individuo que no quería confesarse pero que quería aparecer en la lista de los que sí se habían confesado por si eso le pudiera reportar algún beneficio; o por lo menos ningún perjuicio, por ser la nación muy católica.
Le estuvo dando a la cabeza a ver como hacía para resolver el dilema.
El individuo fue a hablar al cura de Allueva y le dijo:
–Señor cura, yo deseo confesarme pero me gustaría hacerlo con el cura de Salcedillo pues lo he tratado más que a usted.
–Pues no hay ningún problema, va usted allí, le confiesa el cura y le pide que le haga un certificado como que se ha confesado con él. Lo trae y le apuntaremos en la lista.
–Gracias señor cura, así lo haré.
Y se fue hasta Salcedillo.
Allí fue a hablar con el cura y le dijo que le venía a visitar y que le gustaría que le hiciera un papel como que había estado de visita.
El cura de Salcedillo se olió el asunto y le preguntó:
–¿Sabe usted leer?
–No señor.
–Bueno, pues ahora le hago el escrito como que usted ha estado aquí visitándome para que se lo lleve al cura de Allueva.
El cura de Salcedillo le dio el papelico y creyendo que ya había resuelto el asunto, volvió a Allueva y fue al cura a llevarle el papel.
El cura de Allueva lo lee y le dice:
–Ya veo que has estado en Salcedillo, pero no te has confesado.
El cura de Salcedillo le había escrito en el papel:
Ahí te mandoal penitente de Allueva,que ni se ha confesaoni cuenta que lleva.
–Vaya, esto me pasa por no haber ido a la escuela.
Recogido por Ángel S. Tomás
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