En la memoria de las gentes de Plenas quedan grabados horrendos sucesos que les causaron gran impresión. Entre éstos, los crímenes y muertes, que a pesar de los años pasados, son recordados con gran nitidez.
En la pequeña historia oral de Plenas se recuerda un espantoso crimen, que no sucedió en el pueblo, sino en otra localidad cercana, y fue el asesinato de una mujer con su hijo pequeño. Si todos crímenes son horrorosos, los peor vistos socialmente son aquellos en los que mueren asesinados niños. De entrevistar a varias mujeres de Plenas sacamos lo que queda en el recuerdo de ese crimen, pues la prensa lo silenció y nada aparece en los periódicos de la época. Ocurrió el año 1947, ocho años que había acabado la guerra civil y que tanto dolor llevó a nuestra zona.
Cada dos días acudía a Plenas una mujer joven y animosa, que se llamaba Concha, con un capacico donde llevaba hilos, cintas, agujas y cosillas variadas que le encargaban las mujeres del pueblo. De hacer pequeños mandados sacaba unas perrillas que le daban para vivir en los duros tiempos de la posguerra y por ello era conocida en el pueblo. Concha vivía con su hijo José, de 11 años, pues su marido, según algunas versiones, había huido a Francia al finalizar la guerra civil. A veces, transportaba una máquina para hacer fideos y que los elaboraba in situ, donde era requerida. La harina, el agua y los productos necesarios, los aportaban las mujeres de Plenas y una vez obtenida la pasta, la dejaban secar en cañizos.
Cierto día de mayo, al anochecer, una vecina llamó a su puerta con la excusa de pedirle alguna cosa y Concha, que vivía en una casa cueva, le abrió. Se debió producir una pelea y la vecina mató a Concha, y luego, para que no la delatara, a su hijo pequeño. Todo por envidia o para robarles unas pocas pesetas.
El hijo, como muchos otros de su edad, era el rabadán de un pastor. Como al día siguiente del crimen no acudió a cuidar el ganado, el pastor se preocupó y se acercó a la casa, y allí encontró el aterrador cuadro: en el suelo yacía en un gran charco de sangre Concha, y en la cama estaba el pequeño José, ambos degollados. Detuvieron a la vecina acusada de las muertes, ya que tenía arañazos en la cara. Fue juzgada y condenada, quedando en libertad años después.
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