Cuando el “coche”, –así le llamaban al autobús de línea procedente de Moyuela– llegaba a Zaragoza, la baca iba "hasta los topes" de cestas, pollos, vino, o cualquier producto agrícola. Pero, había una serie de impuestos que había que pagar para entrar mercancías a las ciudades.
Cierto día el vehículo hizo su entrada a Zaragoza, como era habitual, por el barrio de Casablanca. Allí se encontraban los funcionarios de “abastos” que con el rigor de la ley procedían a controlar la mercancía que entraba a la ciudad.
El autobús procedía de Moyuela, ya que por aquéllos años no había carretera de Plenas a Moyuela y era necesario bajar a Moyuela andando, en caballería o carro.
Un labrador de Plenas, el tío Barrigudo bajaba a Zaragoza llevando entre sus manos un barral con medio cántaro de vino tinto. Entonces, los funcionarios de “abastos” al verlo se dirigieron a él:
–¡Oiga señor!, ¿Qué lleva en la garrafa?
–Pues vino, qué voy a llevar –contestó el viajero–.
–Si quiere meter el vino a Zaragoza, tiene que pagar tantas pesetas –dijo el funcionario–.
–¿Cómo? –dijo el plenero con extrañeza–.
–¡Que tiene que pagar! Que si no paga no entra el vino.
Cierto día el vehículo hizo su entrada a Zaragoza, como era habitual, por el barrio de Casablanca. Allí se encontraban los funcionarios de “abastos” que con el rigor de la ley procedían a controlar la mercancía que entraba a la ciudad.
El autobús procedía de Moyuela, ya que por aquéllos años no había carretera de Plenas a Moyuela y era necesario bajar a Moyuela andando, en caballería o carro.
Un labrador de Plenas, el tío Barrigudo bajaba a Zaragoza llevando entre sus manos un barral con medio cántaro de vino tinto. Entonces, los funcionarios de “abastos” al verlo se dirigieron a él:
–¡Oiga señor!, ¿Qué lleva en la garrafa?
–Pues vino, qué voy a llevar –contestó el viajero–.
–Si quiere meter el vino a Zaragoza, tiene que pagar tantas pesetas –dijo el funcionario–.
–¿Cómo? –dijo el plenero con extrañeza–.
–¡Que tiene que pagar! Que si no paga no entra el vino.
El tío Barrigudo quedó mudo ante la orden que sus oídos percibían, ya que desde la guerra, nadie le había llevado la contraria.
Que si paso el vino pago, que si nó, no pago. –Pensó–.
¡Señor guardia! –llamó al funcionario– he pensao… ¿me deja el barralico un momento?
El funcionario no lo pensó más y entregó la garrafa al campesino. Pero el tío Barrigudo, que no llevaba idea de pagar, cogió la garrafa, le quitó el corcho y ante la mirada de varias personas, se la bebió entera. Acabada la faena se dirigió nuevamente al guardia:
–Y ahora qué, tengo que pagar por el vino o qué, entregando el envase vacío.
Todos quedaron con la boca abierta, se había bebido los cinco litros de vino.
Que si paso el vino pago, que si nó, no pago. –Pensó–.
¡Señor guardia! –llamó al funcionario– he pensao… ¿me deja el barralico un momento?
El funcionario no lo pensó más y entregó la garrafa al campesino. Pero el tío Barrigudo, que no llevaba idea de pagar, cogió la garrafa, le quitó el corcho y ante la mirada de varias personas, se la bebió entera. Acabada la faena se dirigió nuevamente al guardia:
–Y ahora qué, tengo que pagar por el vino o qué, entregando el envase vacío.
Todos quedaron con la boca abierta, se había bebido los cinco litros de vino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario