El origen de este tipo de manifestaciones es muy antiguo y tenían lugar cuando un viudo o una viuda se volvían a casar. Su significado podría interpretarse de varias maneras como protesta, desagravio, burla, agravio, alegría… Lo cierto es que cencerradas las ha habido, y muy gordas.
Esta costumbre de dar cencerradas ha estado extendida por muchos pueblos y ciudades, siendo casi de obligación dar la monserga y hacer ruido, todo lo que se pueda.
En Plenas se recuerdan algunas cencerradas que hicieron historia. Antes de la guerra civil, la tía Teodora una vez viuda, quiso casarse con un señor de Tobed. Al oscurecer todo el pueblo había quedado en la puerta de la casa donde vivía Teodora, cargados con todo tipo de instrumentos sonoros: cacerolas, trucos, esquilos, coberteras, etc. El estruendo fue bestial. Chicos, chicas y mayores, casi al unísono hacían sonar sus artefactos sonoros caseros. Se intentaba por todos los medios que los futuros contrayentes estuviesen en su casa. Cómo fue la cencerrada, que al día siguiente el futuro marido desapareció del pueblo y no llegó nunca a casarse con Teodora.
Otra de las más famosas fue la dedicada en honor del tío Bernabé y la tía Petra, ésta después de la contienda civil de 1936. Del tío Bernabé se cuenta que se casó tres veces a lo largo de su vida y que mató a las tres mujeres que tuvo, debido a la longitud del miembro viril que tenía. Contaban que para realizar el coito, se tenía que enrollar una toalla alrededor del pene. La cencerrada que le hicieron fue de las más grandes que recuerdan, fue enorme, hasta trillos arrastrados por caballerías. De vez en cuando, paraba el ruido y en silencio, el personaje de la comparsa que más gritaba, recitaba alguna frase subida de tono:
Esta costumbre de dar cencerradas ha estado extendida por muchos pueblos y ciudades, siendo casi de obligación dar la monserga y hacer ruido, todo lo que se pueda.
En Plenas se recuerdan algunas cencerradas que hicieron historia. Antes de la guerra civil, la tía Teodora una vez viuda, quiso casarse con un señor de Tobed. Al oscurecer todo el pueblo había quedado en la puerta de la casa donde vivía Teodora, cargados con todo tipo de instrumentos sonoros: cacerolas, trucos, esquilos, coberteras, etc. El estruendo fue bestial. Chicos, chicas y mayores, casi al unísono hacían sonar sus artefactos sonoros caseros. Se intentaba por todos los medios que los futuros contrayentes estuviesen en su casa. Cómo fue la cencerrada, que al día siguiente el futuro marido desapareció del pueblo y no llegó nunca a casarse con Teodora.
Otra de las más famosas fue la dedicada en honor del tío Bernabé y la tía Petra, ésta después de la contienda civil de 1936. Del tío Bernabé se cuenta que se casó tres veces a lo largo de su vida y que mató a las tres mujeres que tuvo, debido a la longitud del miembro viril que tenía. Contaban que para realizar el coito, se tenía que enrollar una toalla alrededor del pene. La cencerrada que le hicieron fue de las más grandes que recuerdan, fue enorme, hasta trillos arrastrados por caballerías. De vez en cuando, paraba el ruido y en silencio, el personaje de la comparsa que más gritaba, recitaba alguna frase subida de tono:
–¿Quién se casa?
–¡Bernabé! –contestaban todos
–¿Con quién?
–¡Con la Petra! –contestaban todos
–¿El que le trairá?
–¡Una soga! –contestaban todos
–¿Pa qué?
–¡Pa que se la meta toda! –contestaban todos
Y seguían con el ruido, intercalando de vez en cuando esta “letanía”, durante dos o tres horas que duraba la cencerrada. Hubo cencerradas que duraron seis o siete días seguidos, hasta la fecha de la boda.
Otra que se recuerda fue la que soportaron María, la Carreta y Vicente, Leches. Allí había de todo, latas, bidones y hasta cabezanas de los machos. Los novios se encerraron en su casa con la luz apagada, ya que si se asomaba alguno a la ventana, los ruidos se incrementaban considerablemente.
Se dice que en una de estas cencerradas, quisieron llevar al novio montado en una piana –peana– de las de la iglesia.
En este tipo de actos lúdicos, no era necesario recordar a los asistentes sus limitaciones. Todo el mundo sabía que ni la puerta de la casa de los novios se podía tocar. El acto se compondría de ruido y más ruido, golpeando bidones, coberteras, esquilos, latas, manchas, trillos, trucos, zaumadores, almideces, perolas… en definitiva, cualquier artefacto que produjese monstruosos sonidos y cuanto más agresivos mejor. No se recuerda que este tipo de manifestaciones acabasen trágicamente, ya que la actuación de los asistentes y de los futuros contrayentes estaba dentro del contexto social de la vida cotidiana.
Se pueden citar un par de cencerradas que se citan en dos afamados libros de la literatura española:
Platero y yo. Juan Ramón Jiménez
"Verdaderamente, Platero, que estaba bien. Doña Camila iba vestida de blanco y rosa, dando lección, con el cartel y el puntero, a un cochinito. Él, Satanás, tenía un pellejo vacío de mosto en una mano y con la otra le sacaba a ella de la faltriquera una bolsa de dinero. Creo que hicieron las figuras Pepe el Pollo y Concha la Mandadera, que se llevó no sé qué ropas viejas de mi casa. Delante iba Pepito el Retratado, vestido de cura, en un burro negro, con un pendón.
Detrás, todos los chiquillos de la calle de Enmedio, de la calle de la Fuente, de la Carretería, de la plazoleta de los Escribanos, del callejón del río Pedro Tello, tocando latas, cencerros, peroles, al. mireces, gangarros, calderos, en rítmica armonía, en la luna llena de las calles.
Ya sabes que Doña Camila es tres veces viuda y que tiene sesenta años, y que Satanás, viudo también, aunque una sola vóz, ha tenido tiempo de consumir el mosto de setenta vendimias. ¡Habrá que oírlo esta noche detrás de los cristales de la casa cerrada, viendo y oyendo su historia y la de su nueva esposa, en efigie y en romance!
Tres días, Platero, durará la cencerrada. Luego, cada vecina se irá llevando del altar de la plazoleta, ante el que, alumbradas las imágenes, bailan los borrachos, lo que es suyo. Luego seguirá unas noches más el ruido de los chiquillos. Al fin, sólo quedarán la luna llena y el romance".
Capítulo CIX
Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes
Aquí llegaba don Quijote de su canto, a quien estaban escuchando el duque y la duquesa, Altisidora y casi toda la gente del castillo, cuando de improviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía, descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerros asidos, y luego tras ellos derramaron un gran saco de gatos, que asimismo traían cencerros menores atados a las colas. Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, que aunque los duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó, y, temeroso don Quijote, quedó pasmado. Y quiso la suerte que dos o tres gatos se entraron por la reja de su estancia, y dando de una parte a otra parecía que una región de diablos andaba en ella: apagaron las velas que en el aposento ardían y andaban buscando por do escaparse. El descolgar y subir del cordel de los grandes cencerros no cesaba; la mayor parte de la gente del castillo, que no sabía la verdad del caso, estaba suspensa y admirada.
Capítulo 46, segundo libro
© Ignacio Navarro
No hay comentarios:
Publicar un comentario