Habían pasado pocos años del final de la guerra y civil y el zaragozano barrio del Gancho se encontraba en su más alto índice de población. Todas las casas estaban ocupadas con gentes que nacieron allí, y de otras, que vinieron de los pueblos buscando el desarrollo, trabajo, prosperidad y el futuro de los hijos. Tan apenas había viviendas nuevas en la capital, las pocas, eran habitadas por ricos e incondicionales al régimen establecido.
La mayoría de las viviendas del Gancho eran viejas, húmedas en verano y gélidas en el invierno, por ello, las condiciones de habitabilidad eran pésimas y deprimentes, estando profundamente ligadas al subdesarrollo y la más estricta pobreza.
El combustible que se utilizaba en las cocina era la leña y el carbón, que adquirían en las carbonerías del barrio j
unto con el herraz, carbón molido que se utilizaba en los braseros. Estos recipientes, se colocaban debajo de las mesas para calentar los pies en invierno. Los carboneros llevaban revestida la piel con una enorme capa de polvo negro, por lo que era fácil de reconocer su oficio aunque fuesen vestidos con ropa de domingo.
—¡Pues sabe lo del tío carbonero? –comentaban por la calle las mujeres cuando iban a hacer la compra del día.
—Se ha liao con la fulana.
—Pero ¿también con ésta?
—Sí, pero ahora con la fulana.
La leña y el carbón había que pagarlo, pero alguna que otra clienta intentaba que le resultase más económico. Se dice de los los carboneros que llevaban fama de ser algo mujeriegos. Otro de los oficios que abundaba en el barrio era el de guarnicionero, que construían y reparaban toda clase de correajes de cuero. De sus locales emanaba un cierto y característico olor a piel, difícil de olvidar.
Los chicos jugaban en la calle a los juegos de moda y que requerían pocos recursos económicos: las chapas, guá , santos y muchos más.
Del juego de las chapas (en algunos pueblos les llamaban cachuletes), hacían verdaderas maravillas. Las había de todo tipo de adornos. Pero lo primordial era abastecerse de chapas en las en tabernas y bares del barrio.
Vista de las torres de la iglesia de San Pablo y la plazadel mismo nombre, corazón del Gancho. Foto I. Navarro |
Las chapas más sencillas eran tal como se habían extraído de las botellas de gaseosa. A las más trabajadas, les sacaban el corcho y lo perforaban como si de una anilla se tratase. En el fondo de la chapa colocaban una estampa recortada con motivos deportivos y se metía la anilla de corcho a presión. Otros lo decoraban con un pequeño cristal que se encontraban en la basura, lo colocaban encima de la imagen y lo sellaban con jabón por alrededor de la chapa para que quedase sujeto. El resultado era una chapa que se asemejaba a un pequeño cuadro. Con pocos recursos y mucha imaginaciónn se hacían grandes juegos, la cosa no daba para más y no nos pasaba nada.
© I. Navarro
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