A los mozos de que tenían previsto ir al servicio militar se les llamaba quintos. Cada año había nuevos quintos y se organizaban para pasarlo lo mejor posible, sobre todo en época invernal. Para ello, lo esencial era que alquilasen una casa, en la cual harían sus juergas y meriendas durante el año de la quintana.
Entre otras cosas, tenían como costumbre repartirse las noches que deberían de pasar en el horno para conseguir que las mozas les fabricasen tortas. Tortas que repartirían al día siguiente entre todas las personas que acudiesen a la casa donde tenían su sede. Todos asistentes eran obsequiados con torta y vino, sin escatimar en abosluto cantidad alguna.
En invierno, muchas noches acostumbraban a roldar –rondar– por todo el pueblo. Estas roldas –rondas– de quintos, se componían de chicos, chicas o cualquiera que quisiera unirse a tan alegre acto de alegría y amistad.
Se cantaban jotas acompañadas por guitarras, bandurrias y laúdes. Tampoco faltaban instrumentos caseros como almideces –almireces o yerros –hierros–.
Los quintos aprovechaban la ocasión para cantar debajo de las ventanas a sus novias o mozas a las que se pretendía cortejar.
Ya está la rolda en la calle
ya está la formalidá
nadie se meta con ella
que ella no se meterá.
Con esta jota se avisaba de las posibles repercusiones que podrían tener si la rolda era molestada por algún motivo.
S’a chica que hay en el balcón
dos tiros le pegaría
con polvora de mi cuerpo
pero no la mataría.
Entre agasajos y piropos, hacían que las dos o tres horas que duraba la vuelta, se pasasen con alegría y buen humor.
Como distintivo, cada quinto portaba un enorme palo con ganchos en uno de los extremos. A este artilugio se denominan furrunchón.
Finalizada la rolda, todos asistentes se iban a sus casas y los quintos se recogían en su sede para comentar lo acaecido durante la noche.
Entre otras cosas, tenían como costumbre repartirse las noches que deberían de pasar en el horno para conseguir que las mozas les fabricasen tortas. Tortas que repartirían al día siguiente entre todas las personas que acudiesen a la casa donde tenían su sede. Todos asistentes eran obsequiados con torta y vino, sin escatimar en abosluto cantidad alguna.
En invierno, muchas noches acostumbraban a roldar –rondar– por todo el pueblo. Estas roldas –rondas– de quintos, se componían de chicos, chicas o cualquiera que quisiera unirse a tan alegre acto de alegría y amistad.
Se cantaban jotas acompañadas por guitarras, bandurrias y laúdes. Tampoco faltaban instrumentos caseros como almideces –almireces o yerros –hierros–.
Los quintos aprovechaban la ocasión para cantar debajo de las ventanas a sus novias o mozas a las que se pretendía cortejar.
Ya está la rolda en la calle
ya está la formalidá
nadie se meta con ella
que ella no se meterá.
Con esta jota se avisaba de las posibles repercusiones que podrían tener si la rolda era molestada por algún motivo.
S’a chica que hay en el balcón
dos tiros le pegaría
con polvora de mi cuerpo
pero no la mataría.
Entre agasajos y piropos, hacían que las dos o tres horas que duraba la vuelta, se pasasen con alegría y buen humor.
Como distintivo, cada quinto portaba un enorme palo con ganchos en uno de los extremos. A este artilugio se denominan furrunchón.
Finalizada la rolda, todos asistentes se iban a sus casas y los quintos se recogían en su sede para comentar lo acaecido durante la noche.
Rolda de Plenas |
© Ignacio Navarro
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