(…) Quien, como yo, empezó a observar la España rural hace treinta y tantos años y la sigue observando hoy, no puede por menos de estremecerse, como debe estremecerse cualquier persona sensible ante un agonizante.Yo no enjuicio; consigno.Pero frente a la multitud fría, burocrática y estúpida que acepta esta agonía de la vida tradicional, como antes aceptó la muerte de las libertades individuales como cosa natural de los tiempos,no puedo por menos de sentir irritación e insolidaridad (…).
Julio Caro Baroja
Del libro Estudios sobre la vida tradicional española
Quiero dar las gracias a Máxima Gracia y a su marido Conrado Gabasa,últimos habitantes del Mercadal. A Carlos Martínez y su mujer Petra,últimos ermitaños de la ermita del Carrascal, de Plenas. Y a Ignacio Navarro por su colaboración, porque ellos han hecho posible la realización de este cuadernillo.
INTRODUCCIÓN
En este cuadernillo describimos formas de vida ya desaparecidas, como era el vivir en casas alejadas de los pueblos habitados, enmedio del monte, sin ningún medio de locomoción para ir de un lugar a otro, que no fuera el burro o las mulas, sin comodidades… Esto sucedió no hace muchos años, a mediados y finales de los años sesenta, en la época final de la España autárquica y al principio del desarrollo económico. Una época en la que comenzaron a decaer nuestros pueblos a una velocidad impresionante: empezaron las emigraciones masivas y con ello desaparecieron poco a poco los jóvenes, que eran el futuro, y los pueblos de casi todo Aragón entraron en una lenta agonía que todavía dura y a la que, personalmente, le veo una difícil mejora aunque todavía queda la esperanza de que se cambien algunas cosas.
Esta es la historia de dos familias. Ambas, durante muchos años, habitaron viviendas sin luz, ni agua corriente, ni teléfono, y que tenían, como único medio de transporte, las caballerías,machos y burros principalmente.
Cuando el automóvil se generalizó, todos esos lugares habitados fueron abandonados. Los encargados residirán desde entonces en el pueblo cercano y, con el coche o moto, se acercaran a realizar las tareas necesarias…
TIPOS DE CONSTRUCCIONES AISLADAS
Ahora vamos a realizar un pequeño estudio de los tipos de viviendas aisladas en la zona de Plenas y alrededores, susceptibles de ser habitadas. Son:
a) Ermitas: que son edificios, en general, alejados del pueblo, donde desde tiempo inmemorial residía el ermitaño y su familia. Este se encargaba de conservar, cuidar, limpiar y vigilar la ermita, así como dar cobijo al que lo necesitara si la noche le había cogido en aquellos parajes.
b) Fincas o casas rurales: en otros lugares denominadas torres, mases, caseríos, etc. En la comarca de Belchite, que es una extensa llanura, existen numerosos caseríos aislados que antiguamente estaban habitados y hoy en su mayoría están abandonados. En los pueblos de la Sierra próximos a Plenas, también hay caseríos diseminados debido, principalmente, al terreno más accidentado y que hacía dificultoso el desplazamiento diario.
c) Parideras: en estos lugares, la permanencia de seres humanos era circunstancial. Allí residían en caso de quedarse aislados por la nieve o la ventisca, o para cuidar las ovejas.
d) Otros lugares: podían ser refugios, casetas, cuevas, chozas, etcétera, también utilizados esporádicamente.
De estos tipos señalados, puntualizamos lo que conocemos sobre viviendas habitadas en cada caso.
Ermitas
En Plenas existen dos ermitas: una es la ermita de Santa Bárbara, (que ya no es ermita, aunque el edificio permanece en bastante mal estado de conservación y muy alterado). Esta ermita se halla dentro del pueblo, de ella no nos consta que tuviera ermitaños nunca. Y la otra es la ermita de Nuestra Señora del Carrascal, la cual se halla alejada del pueblos unos dos kilómetros.
En esta ermita siempre han habitado los ermitaños, hasta la segunda mitad del siglo XX,en que bajaron a vivir al pueblo y desde entonces no hay ermitaños. Para la elaboración de este cuadernillo, entrevistamos a estos últimos ermitaños, Carlos Martínez y su mujer Petra.
Caseríos aislados
En el término municipal de Plenas,solo existe un caserío o finca con viviendas,alejado del pueblo. Se trata de la Finca El Peloto. Este conjunto de casas,corrales y almacenes ha estado administrado por familias de Plenas. Se construyó en el siglo XX. Se halla a unos dos kilómetros y medio o tres del pueblo. En este cuadernillo no hemos entrevistado a dichas familias, cosa que esperamos hacer para un segundo volumen de Vidas solitarias.
Parideras
En el término de Plenas hay muchas parideras, todas ellas destinadas al ganado ovino. Como hemos comentado comentado, solo se habita en ellas esporádicamente y por circunstancias muy especiales.
Vecinos de Plenas que han habitado lugares solitarios fuera del término
Estos lugares podían estar en poblaciones próximas a Plenas o en otras mucho más alejadas. En estos casos es muy difícil seguir la pista de ellos. Me he fijado en dos casos,uno de ellos lo describimos en este cuadernillo y el otro lo dejaremos para el segundo volumen. Probablemente haya más personas en estas circunstancias pero no tengo constancia de ello.
En el primer caso está la familia Gabasa, que habitó una casa en El Mercadal, en lo que queda de un pueblo desaparecido hace siglos, un lugar sugestivo y con historia.
El otro caso que conocemos es el de Paco, Capinche, que ha estado viviendo en una paridera en la zona de Sástago, durante diecisiete años, sin apenas salir de allí, alejado de la civilización, como un animalico.
LA VIDA SOLITARIA
A veces elegimos la vida solitaria y retirada para pensar, meditar, rezar, para buscarnos mejor a nosotros mismos, para estar más cerca de Dios, porque estamos cansados de la civilización, por diecisiete mil razones y todas muy válidas.
Algunos pensamos que esta forma de vida así elegida, debe de ser maravillosa. Antiguos poetas y escritores elogian en sus escritos esta forma de vivir. Fray Luis de León tiene unos hermosos versos que hablan de aquel que busca la felicidad alejado de la sociedad:
…¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo
han sido.
Otras personas, por mil razones, a cual más variada y convincente, el destino los traslada a lugares solitarios donde deben realizar su vida.
Siempre han existido trabajos y formas de vida así. Son formas duras a las que hay que adaptarse. Donde las comodidades no existen, pero, dentro de esas limitaciones, se puede ser muy feliz. No por vivir aislado es uno más desdichado como tampoco es todo el mundo feliz en esta sociedad llena de supercomodidades.
La felicidad, creemos, es la meta a la que se tiene que dirigir nuestra existencia (aunque actualmente la confusión reina en la sociedad y no se sabe bien si la gente desea ser feliz, tener más dinero,comprarse el último modelo de lo que sea, etc. o yo que sé).
La felicidad consiste, creo, en gran medida, en contentarse con lo que el destino te ha deparado y, dentro de esas limitaciones, ser consciente de ello y disfrutar de la vida y de los pequeños placeres cotidianos con alegría.
Cuando entrevistaba a Conrado, a Máxima, a Carlos y a Petra, la sensación que tenía era de que ellos habían sido felices en sus solitarias casas, que disfrutaron y sufrieron como todos. Que con su forma de vida estaban a gusto y que se acuerdan con cariño de aquellas casas.
De estas formas de vida podemos sacar algunas conclusiones como estas:
-Que la salud es lo principal. Con salud todo se puede superar.
-Que el hombre se puede adaptar perfectamente a condiciones de vida bastante duras.
-Que la soledad es muy relativa en estas tierras,pues aunque vivían aislados, esto no es el desierto del Sahara. Siempre había gente que iba a trabajar los campos, pastores, familiares, vendedores ambulantes, personas que iban a rezar, etc, etc…
-Que la solidaridad en las relaciones humanas es indispensable para sobrevivir.
DESPOBLADOS
Plenas está situado en unas tierras bastante pobres y con incierto futuro. Hay una fuerte despoblación. Poco a poco,todos los pueblos de la redolada se están quedando sin habitantes.
Estas despoblaciones no son nuevas. Antes del siglo XX ya existían pueblos abandonados en la zona. Dividiéndolos en períodos históricos, vamos a hacer un repaso de los despoblados de alrededor de Plenas:
ANTES DE LA RECONQUISTA
Encontramos los siguientes lugares:
En el término de Moyuela: Arbir y La Malena.
En el término de Loscos: los Villares, Santa Águeda, El Castellar.
En Mezquita de Loscos: el Castillo, el Palomar, el puntal de las Almendreras.
En Monforte: los castillos, Castellares.
En Bádenas: El Santo, el Castillo, Torrecilla.
En Piedrahita: Agujero de la Calleja, el Castillo.
En Santa Cruz de Nogueras: Los Álamos.
En Herrera: los Castellares y otros.
En Azuara: La Malena, Beligiom.
En El Villar y en Blesa también deben existir ruinas de poblados íberos,celtíberos y romanos,pero no tenemos constancia de ello.
DESPUES DE LA RECONQUISTA
En el término de Loscos: El Mercadal y Castillejo.
En Monforte: Otón.
En Moneva: Sanched.
En Mezquita de Loscos: Monteagudo.
En Nogueras: el Molino Bajo.
En Plenas he oído hablar reiteradamente del poblado de Santa María.Este no aparece en ningún documento de los que he consultado, pero podría ser que hubiera existido alguna vivienda allí. En el lugar que dicen que estuvo, la tierra sale negra como cenizas, salen abundantes trozos de cerámica ennegrecida y, parece ser que algún hueso.
SIGLO XX
Estamos a finales del siglo XX. En este siglo se ha quedado despoblado el Colladico, con una familia Piedrahita y Rudilla. Con muy mermada población todos los pueblos. El siglo que viene, y si las cosas no se remedian,casi todos los pueblos de la zona serán despoblados, entre ellos Plenas. Esperemos que no suceda.
PRIMERA PARTE
Los últimos habitantes del Mercadal
Prólogo a la primera parte
El verano de 1991, estaba pasando unos días en Plenas y, Máxima Gracia, que vive cerca de casa, me informó, en unas agradables charlas, de como fue su vida en El Mercadal. De esas conversaciones nació este cuadernillo. Aunque realmente no fueron los últimos que habitaron El Mercadal, casi, porque el último habitante estuvo menos de un año.
Máxima Gracia tiene una excelente memoria y su narración está llena de interesantes anécdotas. Cuando me contaba todo lo que le sucedió, me recordaba las antiguas imágenes en que, alrededor de la hoguera, reunidas las gentes, escuchaban los relatos y aventuras de viajeros de lejanas y misteriosas tierras.
Estas formas de vida ya han desaparecido. La sociedad se ha modernizado y el progreso ha llegado hasta el último rincón de España. Este Cuadernillo es un intento de dejar alguna constancia de su existencia y para que las generaciones venideras conozcan algún aspecto de su pasado.
La Historia de Plenas, sus costumbres y tradiciones, están íntimamente relacionadas con los pueblos de alrededor. Mutuamente se influyen unos a otros. Habitantes de un pueblo se casan con los de otro y sus costumbres y formas de vida van con ellos. Los intercambios culturales son muy frecuentes en tierras tan llanas, donde llegar en carro o mulo no planteaba ningún problema. Plenas no es una isla y eso hace que sean enriquecidas y transformadas constantemente sus manifestaciones culturales por estas influencias.
El Mercadal
Actualmente es un despoblado donde solo existe la ermita de San Miguel con una casa adosada y unas casas y corrales. En tiempos fue un pueblo.
Posiblemente fue fundado poco después de la reconquista con la intención de repoblar los llanos de Azuara y el Campo de Loscos, y fortalecer la defensa de las tierras conquistadas.
La evolución de la población del Mercadal, según consta en documentos, fue la siguiente:
Población
1373 20 familias
1383 34 familias
1414 26 familias
1495 29 familias
1646 1 familia
Se sabe que el año 1280 aparece en unos documentos formando parte del Arciprestazgo de Belchite, y que posteriormente que perteneció a la Comunidad de Aldeas de Daroca, integrado en la sexma de Trasierra.
El año 1611, el geógrafo Juan Bautista Labaña recorre aquellas tierras y no nombra para nada al Mercadal, en cambio dice que Otón, actualmente despoblado, tenía 15 familias, por lo que se puede deducir que a principios del siglo XVII, El Mercadal ya estaba despoblado.
Probablemente se produjo la despoblación en el siglo XVI, época en que las epidemias de peste eran frecuentes y existe una tradición oral que asegura que El Mercadal desapareció por culpa de la peste, y que el último habitante, una mujer, se fue del pueblo llevándose documentos y papeles hasta el cercano Loscos, y, poco después, murió.
El pueblo desapareció como tal, pero el término municipal que ocupaba ha llegado hasta el siglo XX con el nombre de Pardina del Mercadal.
Sus tierras han sido administradas por los cinco pueblos vecinos: El Villar de los Navarros, Loscos, Santa Cruz de Nogueras, Nogueras y Plenas.
En 1936, durante la guerra civil, incendiaron la ermita de San Miguel.
En los años 60, la pardina fue agregada al término municipal de Loscos.
El nombre de Mercadal parece provenir de mercado. Tal vez fuera un lugar en el cual, el día de San Miguel, se celebraran intercambios comerciales entre los pueblos de la zona.
Del antiguo pueblo solo queda la ermita de San Miguel, que era la Iglesia Parroquial y parece ser románica, algo tosca y primitiva. Esta tiene un ábside circular y ventanas muy estrechas, de piedra. Junto a la iglesia hay una casa adosada que está en bastante buen estado de conservación, y una zona cercada con una pared de piedra que podría ser el antiguo cementerio del pueblo. Cerca separados por una calle, hay una manzana de viviendas y corrales. En una casa de éstas, en la que hace esquina en dirección hacia Loscos, vivía Conrado y Máxima. Ahora, en febrero de 1992, que la he visitado, he observado que una esquina se ha derrumbado y pronto estará en ruinas toda la casa. En las cercanías de estas construcciones, por la parte superior y por la inferior hay muchísimos amontonamientos de piedras que son los restos de las antiguas viviendas y queda el trazado de alguna calle. También se han encontrado restos de cerámica medieval.
La ermita se halla situada a 1º 02' longitud Oeste y a 41º 07' latitud Norte, y a 914 metros de altitud.
La pardina tiene una extensión de 1.300 hectáreas.
Toda la superficie está cultivada, principalmente de cereal.
El terreno es bastante llano y está atravesado por el río Pilero que, en algunas ocasiones, tiene grandes crecidas.
Junto a estos edificios, a unos 100 metros existe un manantial y una balsa que abastecían de agua a los habitantes del pueblo.
En las proximidades hay unas carrascas centenarias.
La familia Gabasa-Gracia
Este Cuadernillo habla de la vida de la familia Gabasa en El Mercadal. Conrado Gabasa Yus nació en Plenas en 1915, y fue pastor toda su vida hasta la jubilación. Se casó con Máxima Gracia Lacasa que nació en Plenas el año 1920. Han tenido cinco hijos: Natalia, Mateo, Pedro, Vicenta y Luis Antonio. El año 1947, Conrado Gabasa se quedó sin trabajo como pastor en Plenas y le ofrecieron trabajar de pastor en El Mercadal. Se fueron a vivir allí, acompañados por la madre de Máxima, Melchora. Estuvieron hasta el año 1961.
Cuando se marcharon al Mercadal, tenían dos hijos; Natalia, de tres años y Mateo,de pocos meses. De los otros tres hijos, dos nacieron en Plenas y uno en El Mercadal, Pedro.
El año 1961 murió la madre de Máxima, y alguno de sus hijos ya trabajaban como pastores en Plenas, por lo que decidieron dejar El Mercadal. Desde 1961 hasta 1969 vivieron en Plenas. Ese año marchan a Zaragoza, donde sus hijos trabajaban de albañiles.
Ahora, en 1992, residen en Zaragoza pero Conrado y Máxima pasan largas temporadas en Plenas. Conrado está bastante flojo de salud y el pueblo, la tranquilidad, el estar en la calle, el clima más sano, le va mejor que si está en la ciudad. Sus hijos trabajan actualmente en empresas relacionadas con la construcción.
Hace unos años, para las fiestas de San Agustín, les hicieron un homenaje a los ancianos en Plenas, entre los que se encontraban Conrado y Máxima. El presentador les pidió que contaran alguna anécdota de su estancia en El Mercadal, y Máxima dijo:
—Pues maño, ¡pa que te voy a contar! Hay tanto que contar que no te puedo contar nada.
El amo del Mercadal
Las tierras y los campos de la Pardina del Mercadal están repartidos entre los vecinos de los pueblos limítrofes,pero el mayor propietario de la Pardina era, en los años 50, Tomás Simón, casado con Petra, y que residían en Santa Cruz de Nogueras. Este señor era muy rico. Según parece ser, era uno de los mayores contribuyentes rurales de la provincia de Teruel.
Conrado fue contratado como pastor por esta familia. En estas tierras, como en otras muchas del país, pervivían costumbres de épocas pasadas en las relaciones humanas y laborales. En aquellos años nunca se decía: jefe, empresario, empleado… En el mundo rural, para denominar al empresario se le llamaba el amo, y el empleado contratado siempre era un criado del amo.
Cuando les contrataron, comentaron que posiblemente, Máxima sacaría más dinero que Conrado si se dedicaba a criar gallinas allí en El Mercadal, lo que les acabó por convencer para marcharse a vivir a un lugar tan apartado y solitario.
La casa donde vivían era propiedad del amo, así como muchísima tierra de la pardina y mucho monte en los términos próximos. Las tierras eran cultivadas por unas familias de pueblos vecinos, y se denominaban medialeros. Estos estaban mucho por El Mercadal pues iban a cultivar, sembrar, segar, trillar, etcétera, y mantenían buenas relaciones con los Gabasa. Estos medialeros también cultivaban algún trocico de huerto que les dejaba el amo, y solo podían sembrar patatas y judías, y no más de las que les daba el amo.
Conrado se dedicaba a cuidar las ovejas del amo, llevándolas a pastar a montes próximos. Estaba prácticamente todo el día fuera de casa. El grano que recogían en El Mercadal lo guardaba el amo en un granero que tenía en la casa donde vivía Conrado y Máxima, y la llave la tenían los amos.
Con la familia Gabasa se portaron muy bien, siempre les trataron bien, les dejaban cultivar lo que quisieran, a diferencia de lo que hacían con los medialeros, y cuando en alguna ocasión se encontraron enfermos, les visitaron y les ofrecieron la ayuda que necesitaran.
Los medialeros del Mercadal
Como hemos comentado antes, eran los que trabajaban las tierras del amo en El Mercadal. Estaban mucho en El Mercadal y le hacían una gran compañía a Máxima. Cultivaban tierras malas y debían darle la mitad al amo. Los medialeros, en aquellos años eran Simeón y sus siete hijos, que vivían en Santa Cruz. Ahora,en 1992, se sigue reuniendo casi toda la familia todos años en el pueblo. Son unos cincuenta o más. A Simeón le han hecho algún homenaje en Santa Cruz porque es el más viejo del pueblo.
Máxima contaba anécdotas de lo que le sucedió y de otras muchas cosas. En el cuadernillo iremos intercalando algunas que nos parecían interesantes, como estas dos referidas a los medialeros.
De lo que le sucedió a Simeón
Todos los años, para septiembre, Simeón va a la ermita de la Virgen de Herrera para darle las gracias porque un día, por su intercesión, salvó la vida.
Hace muchos años, estaba Simeón labrando, en el mes de septiembre, cuando los machos se esbarraron y echaron a correr arrastrando el arado, y con él a Simeón, que estaba enganchado al ramal. En su carrera se metieron en una viña y Simeón pensó que con las cepas lo iban a destrozar. Asustado gritó: ¡Ay, Virgen de Herrera, asístime!, y los machos, al instante, se pararon en seco.
De lo que aconteció a la madre de Simeón
Bajó la madre de Simeón a hacerles la comida a sus hijos mientras trabajaban las tierras del Mercadal, y por la tarde se puso de tronada.
Como estaba el día así, cogió el macho, se montó en él y se fue al pueblo. Empezó a llover, a tronar y a caer gran cantidad de rayos. Estando en medio del monte, decidió bajarse del macho, y nada más descender, un rayo cayó sobre el animal y lo mató. La mujer llevaba al macho del ramal y no le pasó nada.
Como llovía tanto, sus hijos habían dejado de trabajar y se habían refugiado en casa de Conrado. Estando allí, llegó un hombre que gritaba; ¡Simeón, Simeón!
Simeón sospechó que algo le había sucedido a su madre, pues era raro que lo fueran a llamar con tanta lluvia.
El otro les calmó y les dijo:
—No os asustéis, que no ha pasado nada, pero un rayo ha matado al macho que llevaba tu madre.
Muerte del amo
Tomás Simón, el amo, estaba casado con Petra. Vivían en Santa Cruz de Nogueras y tenían varios hijos. Una de las hijas se llamaba Adelaida.
Tomás Simón mantenía buenas relaciones con todos los terratenientes de los pueblos de alrededor que, aparte del poder económico, tenían el poder político. Tomás era alcalde de Santa Cruz. Parece ser que no estaba demasiado bien de la cabeza, y tenía fuertes depresiones. Administraba sus tierras pero de labrar entendía poco.
La última vez que lo vio con vida Máxima fue un día de octubre del año 1947, que estaba subido en una rama de una noguera, aporreándola para coger nueces, y le comentó a Máxima:
—Voy a bajarme, no me caiga.
A finales de octubre del año 1947, en un pleno del Ayuntamiento, se le había denegado unos planes que tenía pensados y eso le sentó muy mal, le dijeron que no podía soltar el día 1 de noviembre el ganado, por lo que tendría que ir a avisar a Conrado para que ese día no soltara las ovejas.
El 1 de noviembre, estaba con su mujer en la cama, y le dijo a su hija Adelaida que fuera a avisar a Conrado para el asunto del que hemos hablado antes. Mientras él se quedaba un rato más en la cama, su mujer se levantó a preparar chocolate para el desayuno y aprovechó el momento de quedarse sólo para dispararse un tiro en la cabeza.
En unos papeles dejó escrito que no culparan a nadie de su muerte, que se mataba porque no sabía administrar su casa.
Conrado, que todavía nosabía nada de que no podía ir a soltar fue al corral que hay entre El Mercadal y Santa Cruz para soltar las reses. Máxima decidió acompañarle hasta el corral y luego ir a hacer una visita a una cuñada suya que había dado a luz hacía poco y vivía en Santa Cruz. Máxima iba con su hija Natalia. Al llegar cerca de Santa Cruz, un señor que pasaba por allí, con cara seria le pregunta:
—¿Vas a casa del amo?
—Sí.
—Pues ya no lo verás.
Y así de enigmático se marchó sin decir nada más, siguiendo su camino.
Cuando Máxima llegó al pueblo, vio a una de las criadas que iba casa por casa avisando a todos los vecinos que había muerto Tomás Simón. Cuando vió a Máxima, le dijo que el amo se había matado, que se tenía que quedar para el funeral.
El señor que poco antes de entrar en Santa Cruz se habían encontrado, avisó a la madre de Máxima, que estaba en El Mercadal, de lo que había sucedido.
La muerte de un personaje poderoso, conocido, y en la forma que sucedió, causó honda impresión en todos los pueblos próximos.
Vida cotidiana
Conrado estaba casi todo el día en el monte, con el ganado.Llevaba unas 300 ó 350 cabezas. Cuando llegaba el invierno llevaba las borregas y las dejaba sueltas por la partida del Reajo, y por las noches iba a recogerlas.
En los 14 años que estuvo en El Mercadal no se tomó ni un solo día de fiesta.
Algunas veces en que había una fuerte ventisca, no podía regresar a casa y se quedaba a pasar la noche en la paridera, con las ovejas.
Mientras Conrado estaba fuera, Máxima se encargaba de las tareas domésticas, de la casa, de los niños, de cuidar los animales, de cultivar el huerto, de elaborar el pan, de preparar la comida, etcñetera, ayudada por su madre.
Se levantaban cuando salía el sol y se acostaban cuando se ponía, sobre las siete de la tarde.
El invierno era muy duro. Con la nieve y el frío casi no se podía hacer nada fuera de casa.
No tenían luz eléctrica y se alumbraban con candiles de aceite porque las lámparas de carburo resultaban caras de consumo. Tampoco tenían agua corriente. Bebían y se lavaban con el agua del manantial que hay allí cerca, y que da agua muy buena.Junto al manantial hay una balsa y estaba llena de ranas.Todas las tardes escuchaban su croar desde casa.
Durante la estancia en El Mercadal fue importantísima la presencia de la madre de Máxima, Melchora, sin cuya ayuda no les hubiera sido posible vivir allí.
Cuando hacía buen día, estaban al sol en los cubiertos y, cuando hacía frío, estaban en la cocina, sentados alrededor del fuego.
Máxima criaba unas 40 gallinas que ponían muchos huevos, y los llevaba a vender a los pueblos de alrededor,de cuya venta sacaba unos 10 duros diarios, que era mucho dinero, pues en aquella época un peón tenía un jornal de unas 10 pesetas al día.
En un pequeño trozo de tierra que les había marcado el amo, cerca del manantial, tenían un huertecico donde cultivaban toda clase de hortalizas: borraja, pepinos, tomates, judías, patatas, etcétera. Máxima cuidaba de este huerto y parte del día lo pasaba sembrando, sulfatando, quitando el gusano de la patata, etcétera.
También tenía unos conejos y dos tocinos: y un trozo de tierra que también había que cultivar, labrar, etcétera.
Una tarea que le llevaba mucho tiempo era la elaboración del pan. De ello hablaremos más adelante.
Cuando Máxima se tenía que desplazar a otro pueblo siempre lo hacía andando, y cuando llevaba carga, iba con una burrica sobre la cual ponía el peso. No se podía apenas ir con carro porque los caminos eran muy malos.
La economía doméstica se completaba con actividades, como la caza, pues tenían una escopeta con la que cazaron algún conejo, alguna liebre, pajaricos, etcétera.
Con cepos y con palos también cazaban. Una vez Conrado perseguía a una liebre y ésta no se fijó bien y se golpeó con una piedra muy gorda que había en su trayecto y se mató.
En el verano iban a por espliego. Lo llevaban a la caldera de Loscos, que la ponían en la zona de los Hondoneros. Si no podía ir Conrado a por espliego, iba Máxima.
De las inclemencias del tiempo
Lo peor, sin duda, de la vida cotidiana en El Mercadal eran los inviernos, que eran fríos,y sobre todo la nieve y la ventisca. Eran muy tristes aquellos heladores días, aislados, sin poder salir de casa.
Cuando hacía ventisca, no se veía nada. Las carrascas que hay en El Mercadal, no se veían desde la casa.
Cuando nevaba mucho no se podía andar por los caminos y alguna vez, Máxima se quedó en Plenas varios días sin poder ir al Mercadal por la nieve, y si esto sucedía, los niños eran cuidados por Melchora.
También el viento soplaba con fuerza por aquellos lugares: alguna vez el viento le quitó el serón y la albarda al burro. Y en otra ocasión, era tan fuerte el viento que toda la carga del burro, se la llevó, y hubo que desatarla y volverla a atar y dejar unos cuantos fajos allí, y caminando a duras penas, llevarlos hasta casa.
De la vida de los niños en El Mercadal
Los niños, como eran varios hermanos, no se sentían tan solos como si hubiera sido un niño único. El tiempo lo ocupaban de muy diversas formas. Muchos días se iban a acompañar a su padre al ganado, o lo iban a visitar al monte. Alguna vez, la ventisca les cogió con su padre y tuvieron que quedarse a pasar noche en la paridera.
También ayudaban a su madre en las tareas de la casa, en el cuidado de la huerta. Si Máxima iba a escardar, iban con ella.
Cuando llegaban visitas o pasaba gente por allí, o los guardias, se iban con ellos a hablar. Si no hacían eso, estaban jugando. Conrado les traía del monte gallaras, que son los frutos del rebollo, y que tienen diferentes tamaños. Hacían caseticos y jugaban a lo que veían a su alrededor que hacían los mayores, y unas gallaras eran un rebaño de corderos, las gallaras más gordas eran los merdanos, etcétera. A veces las cortaban a trozos y hacían otras cosas. Cuando venían visitas y veían los caseticos allí puestos, se asombraban de lo bien hechos que estaban.
Una vez que había cordericos, Mateo les construyó un canal para echarles de comer que era muy bonito, y solo tenía 10 años.
También iban a buscar nidos, o a plantar cepos para coger pájaros. Una vez cogieron a una perdiz viva, la metieron en una jaula pero al día siguiente se les escapó.
Otras veces, se subían a la burra y se bajaban, y daban vueltas alrededor de la casa.
Melchora, su abuela, estaba preocupada por el futuro que les esperaba a sus nietos en aquellas tierras, y suspiraba diciéndoles ¡ay, que será de vosotros, pobrecicos!
De la escuela
Al principio de estar en El Mercadal, los niños no iban a la escuela, porque algunos eran pequeños todavía y no querían mandar sola a la mayor.
El día de Pascua, desde Nogueras, iban los niños con los maestros de excursión al Mercadal, a comerse la rosca, como sucede en Plenas, y la primera vez que fueron estando Conrado y Máxima, los maestros les dijeron que a ver cuando enviaban los niños a la escuela. Máxima les dijo que pronto, pues la mayor ya tenía 10 años pero deseaba que el otro fuera un poco mayor para que pudieran ir los dos junticos, pues eran pequeños para ir solos.
Los primeros días de escuela, cuando acababan las clases, los niños de Nogueras iban a acompañarles, hasta una cuesta muy grande que había.
Con los niños de Nogueras se llevaban muy bien, eran como unos chicos más. Y con la gente de Nogueras también se llevaban muy bien.
La asistencia a clase intentaba ser diaria, pero entre que unos días hacía mucho frío, otros días que tenía que ir Máxima a masar a Plenas, y le hacía duelo dejar a su madre sola, si se iban los niños, otros días que si llovía.. en fin, que fueron poco a la escuela. El primer año, unos cuarenta días solamente. La mayor iría en total a la escuela unos 80 días.
Como no llevaban una asistencia muy regular, una maestra que había sido monja, y que era muy buena, se tomó mucho interés por los hijos de Máxima y algún día que fueron a clase sin enterarse que era fiesta y no había escuela, la maestra les daba clase en su casa.
A los 11 años, los dos mayores dejaron de estudiar y se fueron a Plenas a trabajar de pastores, pero lo poco que fueron a la escuela lo aprovecharon porque eran listos. Demetrio Bonafonte, que era maestro y vivía en Plenas, le comentaba a Máxima que no pensaba él que sus hijos supieran tanto y que sabían como los de Plenas.
De la comida
La comida básica, como la de toda la zona eran las judías blancas y patatas, fundamentalmente. Prácticamente se autoabastecían con lo que producía la huerta y con los animales que criaban. Comían mucho pan, y hacían migas, huevos, conejos de los que tenían por allí, borrajas, tomates, pepinos, etcétera. También tenían dos tocinos que mataban y hacían embutidos.
A veces pasaban por El Mercadal vendedores ambulantes y a ellos les compraban sardinas de cubo, chorizos, etcétera.
Fruta tomaban poca porque en El Mercadal no había arboles frutales, solo nogueras por lo que comían muchas nueces. El aceite y las olivas las compraban, a veces, a los contrabandistas de Moneva que pasaban por allí.
También podían comer algún conejo o liebre que cazaba Conrado con la escopeta y pajaricos que caían en los cepos que ponían los niños.
La leche la tenían muy abundante porque llevaban de algunos pueblos de alrededor cabras a un boque (macho cabrío) que tenían, y las ordeñaban, y de Loscos les subían pucheros de leche. A veces bebían más leche que agua, pero siempre hervida, para no coger las fiebres. Queso no hacían porque no sabían elaborarlo.
El pan
El pan era el alimento básico y su elaboración era una de las tareas más arduas que tenían que hacerse en El Mercadal.
Máxima era la que lo hacía. Al principio iba a Plenas y amasaba en casa, pero su abuela le dijo que no lo hiciera sola, que fuera a amasar a casa de su hermana. En verano, pues, iba con la burrica desde El Mercadal a Plenas y traía la levadura preparada y “masaba” en casa de su hermana. En invierno, iba a Plenas para hacer noche, pero cuando nació su hija Vicenta, como era muy pequeñita para traerla con ella y para dejarla allí, empezó a preparar la masa en El Mercadal y ya la llevaba preparada para meterla al horno.
El Mercadal estaba a una hora de Loscos, a una hora de Nogueras y a dos horas de Plenas. Iba andando y llevaba la burrica para transportar la carga. Por el camino solo veía pájaros.
Máxima habló con el alcalde de Plenas de entonces, que era Pío, y con Patrocinio, que era el hornero, para que cuando llegara del Mercadal con la masa, pudiera ser la primera para “delgazar”, pues si no era la primera, la masa se le echaría a perder. Y así fué. Cuando las mujeres que estaban en el horno la veían aparecer, no les gustaba demasiado dejarle la vez.
Cuando llegaba con la burra por el alto, la masa ya le empezaba a subir. Entraba al horno y era la primera en “delgazar”, y luego, cuando le tocaba el turno, metía al horno, y a esperar que salieran los panes.
Al principio, cuando ya tenía hechos los panes, los llevaba a casa de su hermana, y tenía que sacarlo de las canastas, y luego volverlos a cargar. Más tarde, los dejaba en el horno y con la burrica, se acercaba a cargarlos pues así era menos trabajo.
Mientras vivió en El Mercadal hubo varios horneros en Plenas: Patrocinio, luego estuvo el padre de Anselmo, y Eloy.
A Plenas iba a hacer pan cada 8 ó 10 días, y cada vez que iba hacía unos 70 panes de medio kilo cada uno. Así que se comían en casa de la familia Gabasa-Gracia, siete panes de medio kilo diarios.
Cuando había mal tiempo y le cogía en el horno haciendo pan, se quedaba en Plenas algunos días, como sucedió en cierta ocasión que nevó muchísimo y de tanta nieve que había, no se podía andar.
Otra vez fueron a buscarla su tío y un hermano para llevarla a Plenas, y su madre se tuvo que quedar en El Mercadal con los niños, sola, pues Conrado tampoco había podido ir a casa de la gran nevada que hubo y pasó algunos días en la paridera. Después tuvo que volver al Mercadal y como todavía había mucha nieve, fue dando “peruletas” todo el camino hasta que llegó a casa.
Algunas veces, el río Pilero, el que pasa por El Mercadal, bajaba muy crecido, y como no podía cruzarlo para ir a Plenas, se dirigía a hacer pan al horno de Nogueras. También, si tenía que hacer recados en Nogueras, pues aprovechaba el viaje y hacía el pan allí. Otras veces fue al horno de Loscos.
Muchos días acababa de elaborar el pan cuando el lucero encendía las farolas de Plenas, y realizaba todo el camino de regreso al Mercadal de noche.
De lo que le sucedió a Máxima un día de gran nevada y tuvo que ir a masar a Plenas
Una vez nevó mucho, y Máxima se estaba quedando sin pan, y como este alimento era tan importante en la casa, había que ir como fuera a hacer pan pues a sus hijos no les podía faltar. Como había mucha nieve no pudo salir con la burra y cogió una talega con la masa, se puso unas botas para el agua y se fue a Plenas. El río Pilero estaba helado y pasó sobre el hielo. En el camino había charcos y todos estaban helados, y los pasaba por encima. Llegó a Plenas, hizo el pan, y por la tarde regresó a casa con 14 panes en la talega. Iba con una gayatica para ayudarse un poco. Pero la vuelta fue peor que la ida. El hielo se había derretido y los charcos eran ahora barrizales. El río no se podía pasar fácilmente. Como no quedaba más remedio, con la gayatica iba tentando cómo estaba el suelo y poco a poco avanzaba, de agujero en agujero, hasta que pudo pasar. Cuando llegó a casa, su madre ya tenía preparada una gran fogata en el hogar para calentarse.
De cuando el río Pilero bajaba con gran caudal
Otra vez, había nevado muchísimo por la sierra y el río Pilero bajaba con mucha agua. Hacía mucho frío. Aquel mes fue muy frío. Pocos días antes, en un pueblo cercano, habían matado el tocino, y una mujer que estaba a punto de dar a luz, fue a lavar el menudo para preparar los embutidos. Del frío que hacía, como el agua estaba helada, dicen que se le congeló la sangre y murió.
Conrado había ido a soltar el ganado pero al ver que el Reajo iba crecido, lo volvió a encerrar y regresó a casa, pues pensó que el río también iría crecido. Máxima había ido a hacer pan a Plenas y al volver vio que el caudal era grande. Desde el alto vio que su marido iba hacia las nogueras y que sus hijos ya la habían visto desde casa. Como estaba tan crecido, intentó pasar varias veces pero no podía. Por una parte donde la anchura del río era grande, hizo pasar la burrica con la carga y ella intentó hacerlo por un estrecho. Conrado estaba al otro lado y le animaba a que saltara. Después de varios intentos pasó y ya fueron hacia casa, pero los niños, como habían visto a su madre con la burra hacía un buen rato, y la burra había llegado sola,pensaron que, intentando pasar el río, se la había llevado la corriente y estaban todos llorando y decían “¡Ay, mi mamá!, ¡que se la ha llevado el río! ¡ya no quiero que llueva más!”.
Miedos
Una vez cayó una centella (un rayo) muy cerca de la casa y les asustó muchísimo. Los niños no tenían miedo a casi nada. Por la noche, cuando llamaban a la puerta, si que tenían miedo al estar tan aislados, pues no sabían quien podría ser. Si insistían, Máxima abría la puerta y Conrado estaba detrás, con la escopeta preparada en las manos por si acaso. Otras veces se asomaban por la ventana a ver quien era.
Acostumbraban a pasar por la noche los guardias, que entraban a calentarse. Se quedaban un ratico hablando con ellos y luego se iban.
A los que más miedo les tenían era a los gitanos y a los quincalleros, que pasaban por allí para ir de unos pueblos a otros, desde El Villar a Loscos o Monforte. Una vez, unos gitanos que pasaron por El Mercadal, se le llevaron, a la madre de Máxima, siete panes.
También tenían miedo cuando, alguna vez, oían por el tejado andar las ratas y pensaban que eran personas. Otra vez los ruidos, que eran más fuertes de lo normal, resultaron ser de un choto que había subido al tejado.
También tenían miedo de las culebras, pues había muchas por allí, y le dijeron a Máxima que a las culebras les gustaba la tetica de las mujeres, y para evitar ser atacada por ellas, iba siempre con ajos en los bolsillos.
Otras veces, cuando Máxima regresaba al Mercadal por la noche, después de masar en Plenas, también tenía miedo, y al pasar el Mandura, como Conrado estaba esperando, la llamaba desde casa gritando. Máxima lo oía pero no decía nada pues pasaba cerca de los corrales de la Tejarroya y temía que hubiera alguien por allí escondido y la asustara.
El último nacimiento en El Mercadal
Este suceso es un claro ejemplo de cómo, a veces, lo que entendemos por progreso y en lo que nos han hecho creer que es infalible y ha suplantado al saber popular y tradicional, también falla. Tal vez, si en el parto de Máxima, las mujeres que siempre habían atendido a los nacimientos de los niños de Plenas y tenían gran experiencia, hubieran estado allí, no hubiera sucedido lo que sucedió.
Cuando empezamos las conversaciones sobre la vida en El Mercadal, sin lugar a dudas, lo que recordaba Máxima como el peor momento que pasó allí, era el parto de su hijo Pedro, que ocurrió en El Mercadal y que probablemente sea el último ser humano nacido allí y, tal vez el primero desde hacía cientos de años.
Máxima estaba embarazada y permaneció mucho tiempo en Plenas esperando el parto, pero los días pasaban y el niño no nacía.
Un día, Conrado fue a Plenas a buscar el pan y llevárselo al Mercadal, y a Máxima le entró nostalgia. Al día siguiente, hacía un buen tiempo y Máxima le dijo a su hermana que le apetecía ir a ver a todos al Mercadal, y marcharon allí. Cuando llegaron, Conrado estaba sentado a la puerta de casa y al verlas se echó a reír. Se extrañó de que fueran por allí tal como estaba Máxima.
Ese mismo día sucedió que en casa había un tocino empachado y decidieron matarlo, pero como fue de improviso no habían preparado las cosas para elaborar los embutidos, así que se pusieron a hacerlo Máxima y su hermana. Cocinaron el arroz para las morcillas, lavaron los morcales, etccétera y estando en estas operaciones, a Máxima le dio un dolor y luego otro. Así que les dijo a todos que iba a dar a luz allí mismo. La hermana de Máxima le dijo a Conrado que cogiera el macho y que fuera a avisar al practicante. Máxima parió y tuvo una hemorragia grandísima. El practicante se quedó toda la noche y le dijo a Conrado que ¡menos mal que había venido él, pues si se hubiera puesto en manos de mujeres quien sabe lo que hubiera pasado!
Antes, en los partos, acudían algunas mujeres del pueblo a ayudar. La tía Isidra de Plenas, había atendido a Máxima cuando nació Mateo y no hubo ningún problema, y Aquilina la atendió en el nacimiento de su hija Natalia y tampoco tuvo ningún problema.
Acabada la tarea, el practicante se fue a Loscos. Se le pagó y Máxima se quedó acostada, convaleciendo. A los ocho días del parto, que en otros partos anteriores ya había ido a segar, en éste tenía mucho hambre y un gran dolor de cabeza y no se encontraba bien.
Eran Navidades. Prepararon el mondongo y Conrado fue a Plenas a inscribir al niño en el registro, con el nombre de Pedro.
Máxima cada día estaba peor. El día de Pascua su hermana fue a llevarle a los niños los gallicos típicos y vio que Máxima estaba fatal. Fueron a buscar un volquete, que es una especie de carro pequeño, y montaron en él a Máxima y la llevaron a Plenas. Habían pasado 26 días desde el parto.
Le miró el médico y les dijo que si sucedía algo, que le avisaran. Aquella misma noche durmió en el pueblo. Tuvo unas grandes hemorragias y avisaron al médico.
El médico les aconsejó que fueran a Zaragoza y todos marcharon, sobre las cuatro de la madrugada, a la ciudad con el camión de Esteban Calvo, después de solucionar una serie de problemas que surgieron. Con ellos iba también el médico por si sucedía algo o había que poner alguna inyección.
Llegaron a la maternidad y entre todos la metieron dentro. Sangraba mucho. Era el día de Año Nuevo.
Los médicos la revisaron y se asombraron cuando vieron que tenía parte de la placenta dentro. Rápidamente decidieron llevarla a la sala de operaciones. Cuando la trasladaban en camilla iba oyendo comentarios de este tipo:
—¡Pobre mujer! ¡y como no se habrá muerto, si llevaba más de media placenta dentro!
Le hicieron varias transfusiones de sangre y empezó a mejorar. A las 24 horas de entrar Máxima le dijo a la monja que se encontraba muy bien y quería dar de tetar al niño, y le dijeron que no, pero ella insistió y al final le dio de tetar, pues hasta entonces el niño mamaba de la hermana de Máxima, que había tenido una hija hacía muy poco tiempo.
Sobre la salud
En todo el tiempo que estuvieron en El Mercadal no tuvieron casi ningún problema de salud. Nadie estuvo malo. Natalia, la mayor, tenía 17 años y aún no había pasado el sarampión, y heridas grandes tampoco tuvo nadie.
En una ocasión, Natalia tuvo anginas y Mateo se rompió una muñeca, pero ya estando en Plenas, y se la curó el médico del pueblo. Nunca estuvieron enfriados ni nada parecido.
Casualmente, el primer día que llegaron a Plenas para quedarse después de dejar El Mercadal, a una de las hijas le salió el sarampión y ya lo cogieron todos los niños.
La peor historia que tuvieron con la salud, le sucedió a Conrado en una ocasión.
De cuando Conrado se puso muy malo
Un día, Conrado se puso muy mal. Era el tiempo de los azafranes. Máxima y alguno de sus hijos habían ido a coger el azafrán para unos vecinos de Loscos y Conrado se había quedado en casa porque le dolía la cabeza y tampoco había ido al ganado, y su padre, que estaba pasando unos días con ellos, fue a soltar el ganado.
Conrado tenía muchas diarreas y la familia pensaba que era por una boda que se iba a celebrar pronto.
Máxima se fué al día siguiente al Villar a recoger unos jerseys para la boda y al regresar, encontró a su marido con los ojos en blanco y con mucha fiebre. Envió corriendo a uno de sus hijos para que fuera a buscar a Paco “Capinche”, que estaba cuidando el ganado por allí y tenía una burra más joven que la de Máxima. Llegó “Capinche” y Máxima le dijo que fuera rápidamente a buscar al médico, que a veces iba en una vespa, que si lo veía pasar por la carretera que lo parara.
Capinche se lo encontró en la carretera y le dio el aviso, pero el médico le dijo que esperara un poco que tenía una reunión. Mientras “Capinche” estaba esperando, pasó por allí una señora que le preguntó que qué hacía y le contó el asunto,ella fue entonces a la reunión y le dió prisa al médico, que acudió al Mercadal. Hacía una noche infernal, como no la había hecho nunca, llovía muchísimo y no había luna. No se veía nada de nada. Gente y familiares que salieron de Plenas avisados por el chico que había ido al pueblo, aquella noche, para ir al Mercadal se perdieron hasta tres veces ¡y eso que se sabían el camino de memoria! No se veían los dedos de la mano. Cuando iba llegando la gente, llegaba totalmente mojada.
Llegó el médico, observó al enfermo y dijo que no tenía remedio, que estaba muy mal, que lo único que se podía hacer era llamar al cura más cercano.
—¡Pero algo se podrá hacer! dijo Máxima.
El médico pensó un rato y dijo que iba a probar de darle un medicamento que hacía algún tiempo, había salvado la vida a un joven de Nogueras al que ya le habían preparado la sepultura.
Se fue a buscarlo acompañado por dos hombres, y al cabo de unas horas, regresó. Se lo pusieron como se pone el suero, y a lo que llevaba medio dedo puesto, observaron que Conrado iba recobrando el color, y poco a poco fue mejorando.
Como había estado tan malo, habían ido a avisar a la dueña del Mercadal, de que Conrado no podría soltar. Y aquella mujer, montada en un macho y tapada con una manta, se acercó al Mercadal a visitar a Conrado, llevándoles una talega llena de panes, y le dijo al médico que hiciera todo lo que pudiera, que Conrado era muy buena persona.
Visitas
En El Mercadal recibían visitas de mucha gente: familiares, pastores que pasaban por allí, los medialeros que realizaban tareas en las cercanías, los guardias civiles, etcétera. Las personas que iban era buena gente, que apreciaba a la familia Gabasa.
A los de Moneva, muchísimas veces les han calentado allí y les han dado de almorzar, y la gente de los pueblos de alrededor estimaban mucho a Conrado y a Máxima; en Loscos, en Nogueras, en Santa Cruz, etcétera.
Dos o tres veranos en los que hubo poca agua, iban gentes del Villar ¡que está a ocho kilómetros de distancia! a lavar la ropa al Mercadal. Cuando estos llegaban, les volaban los pepinos. Lo que mas duelo le hacia a Conrado y Máxima era que ponían el agua de la balsa blanca y las ovejas no querían beber. Al final les pusieron unos baciones para lavar y luego tiraban el agua.
Una vez hubo una gran tronada y las chicas que habían bajado a lavar, como se hacía de noche y no paraba de llover, se quedaron a dormir en casa.
Otra vez, estando en la puerta de casa, pasaron dos hombres con un par de machos. Natalia los vio y comentó a su madre que esos machos eran robados porque no llevaban aparejos ni nada, ni mantas, …y era cierto, pues los días anteriores habían robado unos machos en Fuendetodos, y posiblemente fueran ellos…
En toda la pardina del Mercadal no había ninguna otra vivienda habitada.
También pasaba por allí algún vendedor ambulante, a vender telas, embutidos, sardinas de cubo, etcétera y gitanos.
Romerías
Próxima a la casa de Conrado y Máxima, en El Mercadal está la ermita de San Miguel, y a esa ermita realizaban romerías el primer domingo de mayo los vecinos de Loscos, a la cual iba casi todo el pueblo.
La iglesia es pequeña y allí se vendían los cantos, que también se venden en Plenas en la romería del Carrascal. A veces pasaban a casa de Máxima a calentar la comida.
El día de San Miguel bajaban algunas personas, pero todos años bajaba sin dejarse ni uno, la madre de la Juanica y una hermana, y rezaban.
También iban, el día siguiente de Pascua, los niños de Nogueras a comerse las roscas.
En todo el tiempo que estuvieron, no recuerdan ni bodas, ni bautizos, ni ningún acto diferente al de celebrar misas los días de romería.
Contrabando
Acabada la guerra civil y debido a ciertas leyes restrictivas que existían sobre el comercio de algunos productos, se dio un fenómeno común en todo Aragón que fue el contrabando. Sobre el tema hay unos interesantes datos en el Cuadernillo Cultural de Plenas nº 9, que trata sobre “molinos y molineros” de la zona, en la página 49.
Por la zona eran muy activos los contrabandistas de Moneva, que trataban, principalmente con aceite y olivas. Muchos de ellos pasaban por El Mercadal y se quedaban allí a dormir en los pajares y, al caer la noche y no haber guardias, continuaban el camino.
Una vez llegaron dos aceiteros de Moneva (contrabandistas) y le dijeron a Máxima si podían quedarse a descansar un rato y que luego continuarían el camino. Así lo hicieron, pero estando durmiendo, llegó una pareja de la guardia civil. Máxima estaba por fuera de la casa y los veía venir a lo lejos y a escondidas fue a avisar a los contrabandistas. Después salió a recibir a los guardias. Se saludaron y los guardias preguntaron que de quien eran esos burros que había allí. Máxima les dijo que de unos que bajaban de la sierra, con mucho sueño y que se habían acostado un poco, y que mientras está con gente de confianza pues se sentía más acompañada.
Preguntaron si iban de vacío y les dijo que sí. Entonces ellos comentaron que lo malo hubiera sido que hubieran ido de lleno.
Almorzaron allí. Máxima aprovechó una salida que hizo para ir a avisar a los aceiteros de la situación. Estos decidieron, al cabo de un rato, entrar a casa de Máxima, para que no sospecharan los guardias, y se pusieron a almorzar con ellos.
Cuando se cansaron de hablar los de Moneva, se marcharon con los burros y los botos de aceite los dejaron escondidos por allí. Máxima les fue a despedir y les dijo que si la guardia civil estaba cuando regresaran, que pondría en el río un pilón de piedras para avisarles, pero que si no estaban las piedras, que podían ir sin ningún peligro a recoger el aceite. Por la noche regresaron y decidieron esperar a llevarse el aceite, no fuera que les cogieran con la carga, y se marcharon. Al día siguiente, Máxima fue a masar a Plenas y los de Moneva se acercaron a recoger el aceite y se lo llevaron para venderlo en el Villar, a 10 duros.
Los maquis
Después de la guerra civil, por Aragón actuó el “maquis”, guerrilleros republicanos que continuaban la lucha contra el régimen de Franco. No hubo demasiada actividad por la zona de Plenas, pero alguna partida de guerrilleros que iba de paso si que se vio…
En Plenas había sucedido, hacía un tiempo, un incidente relacionado con el maquis. Sucedió que una vez se presentaron unos desconocidos en casa de una familia que tenía ciertas simpatías republicanas, diciendo que eran del maquis y que venían huyendo y a ver si los podrían ocultar. La familia les dijo que sí, que se ocultaran, pero resultó que no eran del maquis, sino guardias civiles disfrazados, lo que le supuso a la familia grandes quebraderos de cabeza, fuertes multas y algún que otro palo.
Máxima y Conrado sabían este caso y no se fiaban ni un pelo. Debían tener cuidado con quien les solicitaba asilo.
Una vez, estando Máxima lavando, vio a lo lejos a dos hombres que se acercaban y le dijeron:
—¡Señora! ¡Señora! Buenos días.
—Buenos días.
—¿Usted vive aquí?
—Sí señor
—¿Siempre?
—Siempre
—Pues ¿querría venir a casa un momento?
—Pues sí, vamos.
Máxima tenía un poco de miedo. En casa, su madre estaba cosiendo un roto que se había hecho en el colchón.Con ella estaban los tres hijos de Máxima y una sobrina que había ido de visita.
—¿Todos son suyos?
—Esta no, que es hija de una hermana que se ha quedado sin marido y tiene que ir al campo y la estoy cuidando yo.
—¡Pues ya tiene usted "ande" entretenerse!
—Pues sí…
—¿Ha visto usted por aquí a alguien estos días?
—Pues no.
—Sabe, es que venimos buscando un sitio para escondernos ¿sabe usted donde nos podríamos esconder? porque estábamos en el pinar de Herrera y hemos matado a unos y les hemos quitado la ropa y nos la hemos puesto nosotros. Somos huidos, de Francia.
—¡Ah! Ustedes son maquis, de esos que dicen…
—Sí, de esos.
—Pues aquí no se pueden esconder. El pinar más cercano que hay está en Fuendetodos.
Se miraron y decidieron continuar el camino, no fuera que la Guardia Civil les cogiera.
Al poco rato, cuando Máxima seguía con su faena, vio a lo lejos que se acercaban tres guardias civiles y un paisano. Máxima siguió lavando, y le llamaron por su nombre.
Por allí cerca estaba un criado enfajinando y Máxima le comentó que lo que había que hacer era decir la verdad, por si acaso.
La Guardia Civil le preguntó si había visto pasar a alguien, y les comentó que esa misma mañana habían pasado unos forasteros y como no le siguieron preguntando los guardias, ella no dijo nada más.
Le hicieron que les acompañara hasta la casa y el teniente, sacó una pistola y con la pistola en la mano le dijo a Máxima que le enseñara la casa. Fueron recorriendo todas las estancias, hasta la choza de los tocinos revisaron., Después de terminar la revisión se marcharon sin decir ni que buscaban, ni nada…
Al otro día Máxima fue a Plenas y le comentaron que, si otra vez le ocurriese algo parecido, que gente extraña se acercara, que tenía que avisarles, pues ellos, el Ayuntamiento, les informaría de si eran gente buena o mala. Esos guardias le dieron un buen susto a Máxima.
Días después se comentaba que habían sido maquis de Galve y de la zona de Monforte, pues por allí habían robado un coche un grupo de personas.
De los tesoros
En la zona de Plenas hay gran tradición sobre aparición de tesoros y monedas ocultos en lugares insospechados. Probablemente se basan en hechos reales acaecídos, pues yo mismo fui testigo de la aparición de un pequeño montón de monedas en las obras de una casa, ninguna de ellas era de oro. Estaban acompañadas por un escrito sobre la propiedad de la casa. Tengo informaciones de que realmente, en otras casas, si que han aparecido pequeños tesorillos, al derribar paredes, etcétera.
El Mercadal no es ajeno a estas leyendas y tiene la suya propia. Se dice que, antes de morir de peste, los habitantes del Mercadal escondieron sus tesoros y sus dineros, enterrándolos.
De boca en boca y a través de los siglos se ha transmitido dicha leyenda, y en un viaje que hice por Mezquita de Loscos me comentaron que el tesoro estaba “a 50 pasos del chopo tercero”, y en unos documentos de Montalbán, (no los he visto, me lo comentaron en Mezquita) hay escrito este texto relacionado con El Mercadal:
“A siete pasos de la carrasca corva
hay siete tinajas de oro gordo”.
Estas leyendas han calentado el cerebro de algunas personas de los pueblos próximos y hubo quien fue a buscar el tesoro.
Según cuenta Máxima, un señor de Loscos, el tío Estudiante, iba a cavar en los alrededores de las carrascas.
Los niños se le acercaban a preguntar lo que hacía y les comentaba que estaba cogiendo tierra para hacer un replanto para unos tomates y pimientos que tenía por allí. Aparecía por allí cuando quería y picaba mucho, hizo muchísimos agujeros pero no encontró nada. Tal vez todavía está el tesoro escondido por aquellos lugares.
Conclusión
La vida por El Mercadal era buena para Máxima y Conrado. Se sentían felices. El dinero no les faltaba en aquellos años, incluso dejaban dinero a quien lo necesitaba. En esa época pudo comprarse algunos campos, un corral, etc, pero claro, sufriendo muchísimo, pues estaban todo el día fuera de casa. Los niños se quedaban con su madre cuando Máxima tenía que ir a masar,o a regar, a escardar, a segar, etcétera.
SEGUNDA PARTE
Los últimos ermitaños de Plenas
Sobre los ermitaños
Hay pocos textos que hablen sobre la vida y costumbres de los ermitaños. En un libro de Juan Antonio Gaya Nuño, titulado El Santero de San Saturio escribe algo sobre ese tipo de vidas. Entre otras muchas cosas, aparece el anuncio que la Hoja Agraria de Soria llevaba en octubre de 1951, y que decía así:
“Se halla vacante la plaza de Santero de San Saturio, en la ciudad de Soria, con el haber anual de 800 pesetas, cinco fanegas de trigo y tres medias de cebada. Para tratar, con el señor Alcalde de Barrio”.
Y J.A. Gaya se fue a “tratar” y se metió santero una temporada, según dice, porque “estaba harto de ciudades populosas, de caretas perpetuamente sonrientes escondiendo intenciones horrendas; estaba harto de perder todas las horas hablando con algunos listos y muchísimos tontos. (…) El hígado daba señales de vida, y todas sus viejas ambiciones se iban resolviendo en un deseo de Duero, de altos chopos, de sierras grises, de agua fresca, de berros y lechugas de San Polo, de barbos y truchas, pero, sobre todo, de paz. Solo había un punto en la tierra que ofreciese todas esas felicidades, porque ya había concluido la vida eremítica en la Tebaida”.
En su vida de santero, J.A. Gaya visitó a varios santeros de zonas próximas y nos describe un poco como eran y que hacían.
Del Santero de Tiermes:
“…No vestía sino andrajos. Era este compañero algo tardo y mostrenco, porque el hambre se le iba comiendo vivo, igual que a su mujer e hijos, quienes no sé ni cómo se sustentaban, pues, a lo que pienso, aquella tierra no da sino ruinas”.
Del Santero de Olvega:
“Andaba vestido con blusón, como tratante, y era un hombre de 50 años corridos, colorada la jeta, el pelo entrecano, y de bastantes carnes. No había de qué extrañarse, porque estaba sentado a la sombra de una encina, y nada mal acompañado con plato de magro y porrón”.
Del Santero de San Miguel de Paraspescuez le informaron que “cansado de pasar hambre, se había hecho pastor en la aldehuela, que andaba muy contento con las ovejas; y que mayor provecho era éste que el de corretear de casa en casa enseñando el santo”.
Así andaban las cosas en el oficio de Santero. Las más de las veces se subsistía miserablemente, en unas condiciones de vida dura y, generalmente, el que encontraba algo mejor, dejaba rápidamente el oficio.
La administración de la ermita de Nuestra Señora del Carrascal
En esta segunda parte hablamos de la vida eremita de una familia de Plenas en la ermita de Nuestra Señora del Carrascal.
Esta ermita es un conjunto de edificios situado a unos dos kilómetros de Plenas, en el camino de Plenas a Monforte. Antiguamente, el camino que va de Moyuela a Monforte pasando por El Plano, era una concurrida vía. Plenas quedaba a un lado. La ermita quedaba a medio camino entre Moyuela y Monforte.
Las gentes de los lugares próximos, siempre le han tenido una gran devoción.
La ermita posee unas tierras de su propiedad que se cultivaban y cultivan, y de los beneficios obtenidos, una parte se destinaba para los cuidados y reparaciones necesarios para la conservación del edificio.
En otros tiempos, la gente iba a labrar gratis a las tierras de la Ermita, un día al año, cada vecino. Otro día iban a mover, otro a “vinar”, y el último día, cuando se cogía la cosecha, hacían una merienda en la Ermita.Todo el dinero que se sacaba era para arreglos en la ermita.
Las mujeres también iban, a escardar, a “porgar”, a barrer las eras, etcétera.
Esto se hizo hasta poco después de la guerra civil,hasta que vinieron los tractores.
Las tierras, la Ermita y los asuntos relacionados con ella eran administrados por una Junta formada por cinco vecinos del pueblo de Plenas.
La Junta, cuando fue Carlos Martínez de ermitaño, había sido cambiada hacía poco pues al anterior tesorero, le habían robado cierta cantidad de dinero.
Los ermitaños
Esta es la vida de la familia de Carlos Martínez, su mujer Petra, y sus tres hijos: Segundo, Teresa y Carlos.
Carlos Martínez nació en Plenas el año 1928, y el año 1956, con 28 años de edad, se subió de ermitaño con su familia. El hijo mayor, Segundo, tenía 8 años; Teresa, 4 años y Carlos de 20 días.
Allí estuvieron 13 años, hasta el año 1969. Anteriormente habían estado de ermitaños Leonardo y Paulina, su mujer, y también estuvieron muchos años.
Los Martínez subieron de ermitaños porque en los años 50 había poca vida para la gente en los pueblos. Muchos optaron por emigrar a las grandes ciudades, al extranjero, etcétera, otros intentaban ganarse la vida con lo que encontraban.
Carlos tenía problemas en la vista y al quedar la rrmita vacante, solicitó, dado que eran muy pobres, el trabajo. Se lo concedieron y Carlos pidió cultivar las tierras con los mismos tratos que se habían mantenido en otras épocas, con sus rentas y demás.
Cuando Carlos subió, le marcaron cierta cantidad de tierra para cultivar y el resto lo labraba el pueblo, de la forma voluntaria como se hacía tradicionalmente, el que quería subir subía y el que no, no.
Con el tiempo Carlos se compró buenos machos y labraba toda la tierra que podía. Estas tierras habrían de ser, con el paso del tiempo, un continuo quebradero de cabeza para ellos.
Los años 60, años de desarrollismo general, la gente empezaba a comprar tractores y para sacar más rentabilidad debían trabajar más tierras, y alguna de esas tierras posibles eran las de la ermita. Una serie de odios, rencillas, envidias, etcétera, acabaron por amargarle la vida y decidió dejar la ermita. De estas tierras era de lo que vivían y de algunas gallinas que tenían en el corral.
Las obligaciones que tenían, como ermitaños, eran las de atender, cuidar, vigilar, limpiar la ermita, y dar asilo a aquel que lo necesitara.
El día de la Virgen, el 1 de mayo, tenían mucho trabajo, luego hablaremos de ello.
Desde que Carlos y Petra decidieron dejar la Ermita, ya no ha habido ningún ermitaño más.
Actualmente, el edificio se mantiene en pie bastante deteriorado y, cuando uno sube a visitarlo habéndolo conocido con ermitaños, nota una gran soledad y tristeza, una gran diferencia a aquellos tiempos pasados que, de niño, cuando subía con mi abuela Valera, tenían otro sentido, cierta alegría, misterio, vida. Los exvotos de cera estaban intactos y había muchos, ahora ya no queda ni uno, todo está más abandonado y sucio.
Este es el terrible destino al que esta sociedad consumista actual nos está llevando a los pequeños pueblos y a su cultura ancestral, primero el deterioro de la forma de vida, luego el abandono. Los pueblos, las ermitas, todo se va quedando solitario, triste, sucio, se van hundiendo las casas, no hay nadie que arregle ni repare nada y, al final …el olvido, solo un montón de piedras, restos de las edificaciones, como si de tumbas se trataran… eso es lo que queda.
La ermita
Podemos diferenciar varios espacios en el conjunto de la ermita:
a) La vivienda del ermitaño
Cuando Carlos llegó, en la Ermita había dos cocinas: una vieja, que sale a los corrales y otra que la construyeron estando ellos allí.
Se arreglaron algunas habitaciones como la cocina y se repararon los tejados.
De día vivían en la cocina y de noche, arriba, en las alcobas.
Los niños en una alcoba, la de la derecha y ellos en la otra.
Cuando llegaba el día de la romería, se daba un refresco. Las alcobas las cerraban, pero una vez, algún gracioso, se metió en la alcoba y le puso cascaras de almendra entre las sábanas de la cama, y eso no le gustó nada a Carlos. Se lo comentó al cura y desde entonces el refresco se realizaba en el salón de abajo.
Subiendo, a la izquierda, tenían los graneros.
En la vivienda Carlos podía hacer lo que quisiera y pintaron un poco las alcobas de verde, lo demás lo dejaron tal como lo habían encontrado.
b) La Iglesia y los Salones
Estando ellos de ermitaños, se repararon los tejados de la iglesia y del salón de abajo, y se construyó el altar con las puertas, y se hicieron los bancos.
El comedor de arriba, subiendo las escaleras, a la izquierda, encima de las cuadras, era el comedor de la Junta. Allí no entraba nadie más que los de la Junta de la Virgen, y allí daban un refresco para todos del pueblo hasta que, por el incidente que antes hemos contado, se trasladó al Salón de abajo.
Este comedor estaba cerrado con llave y si alguien quería verlo, Carlos se lo enseñaba. La decoración, las pinturas y los papeles parece que estaban antes de la guerra.
El salón de abajo, allí tampoco hacían vida, era, sobre todo para las procesiones, cuando llegaban. También, los días de romería, para poner las mesas y las confituras.
Más tarde, se vendieron refrescos, cervezas, alguna copa de alcohol. Los cantos, que eran una especie de bizcochos con una capa dura blanca, de azúcar y clara de huevo encima y anisetes de colores, los bajaba un señor de Mezquita. También había cosas para los niños, juegos, etcétera.
Venían de pueblos de alrededor a vender, de Moyuela, del Villar, de Herrera, etcétera.
Iglesia:
La iglesia es el espacio más interesante del conjunto. De ella hablaremos en otro cuadernillo más profundamente.
De lo que relataba Carlos, sacamos estas cosas: que a la entrada, antes de la verja, hay unos recuadros en el suelo y cree que son tumbas de sacerdotes, que debían ser de Plenas o tener familiares aquí. No se sabe si hay más tumbas.
Sobre los cuadros relata que su madre le comentaba que había un cuadro de gran valor y que se lo llevaron a vender a Zaragoza,por orden de la junta, muchos años antes de ser él ermitaño, antes de la guerra. Y parece ser que el encargado de la venta volvió sin cuadro y sin dinero.
Inclemencias del tiempo
La lluvia y el frío eran los mayores problemas que podían tener. A veces había tormentas terribles, con grandes rayos y truenos, y allí, en la ermita, aislados, les causaba cierto respeto. Otras veces, subiendo del pueblo, a medio camino les cogía la lluvia, el agua caía a cántaros, y se mojaban totalmente, y nada más llegar a la Ermita, dejaba de llover, como les sucedió un día. El frío lo combatían, dentro de casa, con leña en el hogar, ya no había más calefacción.
Hubo inviernos con muchísimo frío. Un día se levantaron y hacía casi 10 grados bajo cero. Había unas nieblas grandísimas, no se veía nada.
Una de las primeras cosas que tenían que hacer cada día era bajar al pozo a abrevar los machos y a coger agua para beber. Ese día de tanto frío esperaron hasta el mediodía para bajar a ver si mejoraba el tiempo, pero no mejoraba. Teresa no quiso bajar con su padre porque hacía mucho frío y entonces Carlos se animó a acompañar a su padre. Se puso un abrigo, un gorro y los guantes y bajó. Tenía entonces siete años. Bajaron la umbría y se pusieron a llenar los cántaros. El padre sacaba el agua del pozo y el hijo, con un cantarico, iba echándola a los cántaros grandes. Cuando terminaron, el agua que se salía, se quedó helada.Todo el tiempo, el padre estaba preocupado por si tenía frío Carlos y él decía que no.
Vida cotidiana
No tenían reloj, ni luz, ni agua corriente, ni radio, ni televisión, ni teléfono, ni calefacción, etcétera, con estos condicionantes, la vida era dura.
Se levantaban cuando salía el sol y se acostaban cuando se ponía. Las horas las calculaban por la posición del sol. El agua tenían que ir a cogerla a un pozo que está a unos 200 metros de la ermita, junto al cauce del río. Desde el pozo a la Ermita hay una empinada costera. Todos días, hiciera frío, nevara, lloviera, ventisqueara, etcétera, tenían que bajar a por agua. Iban con algún macho.Normalmente bajaba Carlos con alguno de sus hijos, y cargaban cuatro cántaros o más, y a subirlos.Aparte de agua para beber ellos, había que dar de beber a los animales: las gallinas, que se bebían un cántaro; las caballerías,que bebían tres o cuatro cántaros; agua para fregar y lavar, etcétera.
Para iluminarse, la Junta les daba una peseta diaria para aceite para el candil, pero ellos preferían iluminarse con carburo que bajaban a comprar a Moyuela, pues les salía más barato que el aceite, y que lo ponían en un carburero de minero que tenían. El candil lo usaban cuando se quedaban sin carburo. Las velas que dejaban los visitantes de la ermita, se quemaban, todas, en el altar. Nunca cogieron ninguna para iluminarse.
Al pueblo bajaban algunas veces al mes. Iban a comprar cosas que necesitaban. También a ver alguna corrida de toros que transmitían por la televisión, a casa de parientes o amigos que tenían televisor, o al bar.
Otros días iban a visitar a parientes. Cuando bajaban se quedaban a comer en casa de algún familiar o se traían la comida, y al atardecer subían a dormir, a la ermita.
Todos los domingos, bajaban con una imagen de la Virgen en un cuadrico, que la llamaban “la Santica” e iban por las casas del pueblo pidiendo limosna. La gente les conocía, sabían a lo que bajaban y les daban pan, patatas, lo que tenían. Se portaban bien con ellos y les daban la voluntad.
Cuando eran las fiestas de San Agustín, bajaban al pueblo y comían en casa de algún pariente y por la noche subían a dormir a la ermita.
El trabajo diario
Carlos estaba casi todo el tiempo trabajando las tierras. Todos días iba a hacer las faenas del campo. Tenía algún macho.
Petra se dedicaba a hacer las tareas de la casa, cuidar a los niños, hacer la comida, lavar la ropa, etcétera, además limpiaba la ermita, que es muy grande y había que estar algunas horas al día para esa labor.
También cuidaba unas 40 gallinas que tenían y que daban unos huevos muy buenos, y tenían unos pollos que cantaban y les alegraban la vida.
Cuando hacía buen tiempo, Petra cogía la labor y se iba con su marido, para no quedarse sola, pues los niños bajaban a la escuela. Allí, mientras Carlos labraba, ella cosía sentada en un ribazo. Los campos estaban cerca de la ermita.
Otras actividades
Carlos no cazaba con escopeta, los niños, alguna vez con cepo. También cogía pajaricos a loseta para que jugaran los niños. La zorra se comía, a veces, las gallinas. En alguna temporada pusieron bolas de estricnina para matar a las zorras y cayeron varias. Estas entraban al corral saltando la tapia, cogían alguna gallina con la boca y salían corriendo y bajaban por la Umbría a esconderse. Después,para que la zorra no se acercase, tuvieron una perra grande, un mastín, Leona se llamaba, que se la dio mi abuela Valera. Era una perra buena y tranquila.
Quiero hacer un inciso recordando a esta perra, Leona. De todos los perros que he conocido, a esta le tenía un cariño especial. Era un mastín, parecido al de los Pirineos, pero con menos pelo. Era cariñosa con los niños. Nos montábamos en ella como si fuera un caballo y, a veces, le poníamos un carro pequeño de madera, atado,y nos la llevábamos a jugar por las afueras del pueblo. Siempre venía con nosotros. Recuerdo subir con mi abuela y mi hermano, cuando ya la tenían en la Ermita, a llevarle huesos.
La perra Leona parió un invierno en la umbría y hacía un frío terrible. Los ermitaños recogieron a los cachorros y a la perra la llevaron a casa, pero al día siguiente murió, seguramente se enfriaría. Uno de esos cachorros lo criaron y también fue un buen perro.
El hijo mayor, Segundo, que se fue de torero un tiempo, practicaba el arte del toreo con ese perro. Otra actividad que realizaban durante el verano, era la siega del espliego. Les dejaban segar en Loscos y en Monforte, y segaban mucho.
A veces tenían algún roce con otros que iban a por espliego al mismo lugar.
Unas veces lo llevaban a Monforte, donde la caldera estaba cerca de una fuente, y otras veces lo llevaban a la caldera de Plenas, en la Tejería.
También hacían aliagas, es decir, recoger aliagas para venderlas como leña en Plenas.
Los niños
Los niños eran felices allí. Carlos fue a la Ermita solo con días y sus primeros trece años los vivió allí. Jugaba por la Ermita, riñendo con el perro, hablando con la gente que subía a la ermita, subiéndose a los árboles, etcétera.
Prefería quedarse que bajar al pueblo. Su madre bajaba sola y el se quedaba jugando por allí. Y cuando acompañaba a su madre, iba todo el rato tirándole de la falda, que quería volverse.
Recuerdo que, cuando bajaba al pueblo, nos tenía miedo a los niños. Algunas veces estábamos todos jugando en la plaza y él estaba callado, subido en el carro de su padre, mirándonos.
Los dos hijos mayores, enseguida bajaron a la escuela. No todos días, porque a veces llovía, nevaba, o hacía mucho frío, etcétera. Bajaban por la mañana, se llevaban la comida y comían en casa de alguna tía, y por la tarde se subían andando.
Carlos, cuando fue a la escuela, tuvieron que dejarlo con su hermana, en la clase de las niñas, con la señorita, porque no se quería quedar de ningún modo. El maestro llevaba a los niños y la maestra a las niñas.
Germán, uno de los de la junta, alguna vez le comentó a Carlos que, si hubiera más niños en la Ermita que fueran a la escuela, que les tendrían que poner un coche.
Segundo se fue muy joven, con 15 ó 16 años, con Andrés, los dos de maletillas a torear por los pueblos. Toreó alguna vaquilla en Muniesa, otra vez le cogió una vaquilla, etcétera.
Los niños pasaban la mayor parte del día en la ermita, ayudándoles a sus padres en las tareas cotidianas y luego jugando.
Salud y miedos
En los 13 años que estuvieron en la Ermita ninguno tuvo ni enfermedades, ni dolores. Solo pequeñas heridas normales. Segundo, una vez metió el pie en unos cañizos del pajar y se hizo unos rasguños pero se curaron con agua oxigenada. Dos de los hijos tuvieron sarampión, pero se les curó sin asistencia médica. Creen que gozaron de tan buena salud porque la Virgen velaba por ellos.
Nunca tuvieron miedo a nada. Solo un poco de respeto cuando, al anochecer, tenían que ir a la Iglesia a apagar las velas, pues todos días dejaban los visitantes dos o tres velas encendidas. Sobre todo le daba miedo a Petra y a su hija, pues estaba todo oscuro y es muy grande la Ermita. También había a veces lechuzas que producían extraños ruidos. Eran temores relacionados con el lugar sagrado, los muertos, y cosas de esas. Muchos días tenía que ir Carlos a apagar las velas.
Hospitalidad
Los recintos sagrados, ermitas, iglesias, etcétera, siempre han sido lugares de hospitalidad, de asilo para el que lo necesitara, y mucho más si estos edificios se hallaban aislados y alejados de poblaciones.
Los ermitaños daban cobijo al que se lo pedía, sin cobrarles. No lo hacían por obligación, sino por devoción. Luego, si querían, se lo agradecían y si no, no pasaba nada.
Era gente que, en su mayor parte, iban en autobús a Moyuela y luego subían andando hasta Monforte. Si ya no podían más o se había hecho muy tarde, hacían un alto en la Ermita. También si el tiempo era muy malo, si llovía mucho o hacía mucho frío.
Una vez subió una mujer viuda, con una niña pequeña. Venían desde Barcelona. Habían bajado en Moyuela y se les hacía muy largo el camino hasta Monforte, y le pidió a los ermitaños si podía quedarse y pasaron la noche en la Ermita.
A veces, si hacía mucho frío, entraban a calentarse, a la cocina, y luego continuaban el camino o se quedaban.
Otras veces, porque llovía muchísimo, Petra les tuvo que dejar vestidos a gente que llegaba empapada.
De esta tradicional hospitalidad estaban excluidos los gitanos y los estañadores que, según parece, tenían prohibida la entrada en la ermita por las autoridades.
Una vez, Carlos le cambió un macho a un gitano y éste no quiso entrar ni aún siquiera al salón grande.
Por lo demás, en todos años que estuvieron de ermitaños, nunca tuvieron ningún problema con gente extraña.
La romería
La romería era la “procesión”. Los días anteriores a la romería del 1 de mayo, toda la familia se dedicaba con esmero a limpiar toda la ermita. Carlos iba subiendo agua para fregar. Empezaban por la parte de atrás y continuaban hacia el altar. Iban quitando también las telarañas con escobas, limpiando los altares, etcétera.
El salón tenía que estar limpio y desocupado para la romería de los de Plenas y para la de los de Loscos, que era el 13 de mayo.
Los de Loscos bajaban en caballerías, 50 ó 60, que las metían en las cuadras. Otros bajaban andando. Traían una merienda muy grande y venían hiciera frío, nevara o lloviera. No faltaban nunca.
El día de la romería de Plenas, los ermitaños estaban atendiendo a la gente, por si necesitaban alguna cosa, alguna aguja, un plato, etcétera.
Procuraban tener las tinajas bien llenas de agua recién cogida el día anterior.
Tenían preparado un buen fuego.
Entonces, aquellas romerías eran impresionantes, ahora no. No se cabía en ninguna parte, todo estaba lleno, la cocina, el salón, todo.
La gente se portaba muy bien y los que subían hacían más guisos que ahora. Guisaban conejos, pollos, patatas, etcétera. Ahora todo el mundo hace carne a la brasa. Algunos entraban a la cocina para que les calentaran las perolas.
Cuando todo el mundo se ponía a comer, los ermitaños salían a pedir, y el que tenía voluntad les daba algo y otros nada. Unos le daban una peseta, otros medio pan, etcétera.
Espiritualidad
Los ermitaños tenían muchísima devoción a la Virgen. Actualmente todos días se acuerdan de ella. En la verja del altar, mucha gente llevaba figuricas de cera que las colgaba allí para dar las gracias por favores que les había concedido la Virgen, o curaciones. Eran votos que hacían, si alguno se había roto una mano, llevaba una mano de cera, otros un pié, etcétera.
A la ermita nunca le ha faltado la gente, siempre ha subido uno u otro. Los de Loscos le tienen una gran devoción. Todos días alguna persona se paraba a rezarle a la Virgen, a darle las gracias. Eran gentes de Plenas, Loscos y Monforte, señoras del pueblo, los pastores que pasaban, o los labradores. En verano todos días iban tres o cuartopastores y tres o cuatro labradores.
Algunas personas han realizado penitencias, como subir descalzos o de rodillas hasta la ermita.
En cuanto a fenómenos sobrenaturales, Carlos me contó lo siguiente:
Segundo era un niño muy miedoso, y desde ese día ya no ha tenido miedo. Hasta se fue de torero, que se necesita cierto valor para ello.
Segundo dormía en la pajera, con una manta, porque allí se estaba más caliente que en ninguna habitación de la casa. Un día se levantó y les dijo a sus padres:
—Sabéis,esta noche he hablado con la Virgen. Ha venido hasta aquí, a la pajera y me ha estado hablando de que no tuviera miedo, y de otras cosas. Se me ha representado en carne y hueso.
Desde entonces ya no ha tenido más miedo.
Carlos cree que todo fue un sueño que tuvo.
Después de tantos años de ermitaños, Carlos y Petra creen en los santos pero en los hombres no creen, pues han sufrido muchos desengaños.
Historias de machos y carros: a por carburo
Una vez sucedió que el río bajaba muy crecido. El agua llegaba hasta el pozo. Se habían quedado sin carburo para la iluminación y Carlos mandó a su hijo a buscar carburo a Moyuela.
Normalmente bajaba por la umbría hasta Plenas y luego a Moyuela, pero al estar el río crecido, le dijo que siguiera por el Plano hasta donde se juntan el río Seco y el Santa María y que cruzara por allí, por el puente.
Pero el hijo, que iba en un macho que era muy bueno, no llegó hasta el puente, sino que a la altura del peirón, se acercó al río y lo cruzó. El macho cogió el agua de cruzado y pasó nadando. Carlos compró el carburo y subió a la Ermita. Alguno de Moyuela que lo vio, se asombró de que el chaval hubiera cruzado por allí pues el río bajaba muy crecido.
De cuando Carlos y Petra iban en el carro
Una vez montaron en el carro Carlos y Petra y se fueron a cargar al monte. Nada más subir, los machos echaron a correr,esbarrados, por aquellos trabaderos.
Carlos y Petra, asustados, gritaban y solo les preocupaban sus hijos, y cuando se vieron mal del todo, Carlos gritó:
—¡Adiós Virgen Santísima del Carrascal!
Y nada más decirlo, el macho que iba delante, se tiró fuera del camino, a un campo y la manga se desenganchó, y los machos se quedaron quietos,sin menearse, ni pies, ni patas, ni orejas, ni nada.
Encima de los sacos
Otra vez iba Carlos, el hijo, en el carro, encima de un montón de sacos. Al bajar a la era, en un ribazo, pegó un bote el carro y Carlos cayó de cabeza al suelo. No le pasó nada, ni un bollo, ni un rasguño.
Sobre la talega
En cierta ocasión, fue Carlos a coger patatas y levaba un macho con dos talegas llenas y el hijo iba encima, más pito que un ajo, mientras su padre llevaba el ramal. Salió un cuervo y el macho se asustó y tiró las dos talegas y a Carlitos por los suelos, y tampoco le pasó nada.
A por agua
Otro día subía de coger agua del pozo con un macho. Llevaba fajos de panizo y cántaros de agua. En la subida, el macho echó la pata a la orilla izquierda y cayó patas arriba. Todos los cántaros rodaron hasta el huerto del Gordo.
Y se dijo ¡Cómo hago yo para levantarlo!
Lo cogió de las orejas, le dio la vuelta,lo puso cara abajo y, en un salto, de pie.
Dormidico en el ribazo
En otra ocasión, Petra había bajado a lavar al pozo y Carlos se llevó al chico, a Carlos, al campo. Era pequeño, lo puso debajo de un ribazo, tapado con una manta para que no tuviera frío y él se puso a espedregar.
Llevaba dos machos y a uno de ellos le gustaba mucho agacharse para comer, y Carlos le reprendió. Los dos machos se asustaron y empezaron a caminar hacia donde estaba el niño, con el “rusal” que llevaban. Los machos, al verlo, se retiraron un poco y pasaron rozando al niño, pero no le hicieron nada.
Carlos se llevó un gran disgusto.
Los campos de la discordia
La ermita poseía algunas tierras, unas 48 juntas (20 hectáreas ).
Los campos se cultivaban, la mayor parte de trigo y cebada,y unas pocas juntas de avena y morcacho.
La junta de tierra que era buena, tenía una producción de cahiz y medio de grano, unos treinta fajos de trigo.
Durante todo el tiempo que estuvieron de ermitaños, cultivaron unas tierras de la virgen y el dinero que se sacaba, lo metían a la “caja” y de allí, la Junta sacaba el dinero que necesitaba para reparaciones. Si la Ermitano necesitaba reparaciones, el dinero se utilizaba para obras en la Iglesia del pueblo.
Al principio, cuando entraron de ermitaños, todo marchaba bien, pero luego surgieron envidias por culpa de la tierra, y la situación fue empeorando cada vez más.
Con el tiempo, Carlos se compró machos buenos y labraba más tierra de la Virgen, toda la que podía. Su situación económica mejoraba.
Incidencias
En los años 50 y 60, en España, se repartía entre los pobres, algunos productos procedentes de la ayuda americana. En Plenas también existía ese reparto. Daban sémola, leche en polvo, harina de maíz…
El encargado del reparto, que era del pueblo y los conocía, se los negó a Carlos porque dijo que ahora ya no eran pobres y por lo tanto no lo podían recibir.
Carlos fue a decírselo al cura que había entonces y confirmó la falsedad de los rumores existentes, y la ración les fue devuelta. El ambiente estaba crispado.
En cierta ocasión, el arzobispo don Casimiro Morcillo visitó Plenas, con ocasión de algún viaje pastoral y para dar la confirmación a los niños.
En la Iglesia hubo una reunión, a la que asistió el Arzobispo. En ella se planteaban los problemas existentes, y algunos vecinos se quejaron al arzobispo, de que la tierra de la ermita estaba muy mal administrada y que si se cultivaba con tractor se sacaría más provecho.
Cuando acabaron de hablar, Carlos se levantó y expuso su situación, sus problemas con la vista, y que no tenía otros medios de subsistencia.
El arzobispo les dijo en voz alta:
—Ustedes no tienen humanidad. Lo que deberían hacer es ayudarle más y no apurarle tanto y quererle quitar de la Virgen, y además, la tierra de la Virgen no es para el que más tiene, sino para el que más la necesita.
Carlos, con el paso del tiempo pensó bajar a vivir a Plenas con la familia, subir a la ermita algunas veces a la semana, y seguir labrando los campos.
Un día, el cura subió a dar una vuelta por la ermita y después de ver todo y como vivían, les dijo que ¿como podían aguantar allí? Las criaturas teniendo que subir y bajar todos los días.
Como le dio lastima la situación, el cura le propuso a la Junta administradora que se bajara el ermitaño a vivir al pueblo y que siguiera atendiendo la ermita. Que buscara casa y que que subiera cada semana tres días: sábados, domingos y otro día que eligiera Carlos.
La Junta dijo que de eso ni hablar.
Estando así las cosas, Carlos cree que le hacían faenas a mala leche para que se marchara aborrecido: le rompieron las dos puertas de la cocina vieja para que el ganado le entrara al salón, y no se las reparaban.
Al no poner puertas, las ratas iban a comer el grano que tenía por allí. Un día que se puso a cazar ratas cogió 18.
Dejar la ermita
Como la situación estaba tan tensa, dejaron la ermita y bajaron al pueblo, pero el único medio de supervivencia que tenían eran las tierras de la Virgen y deseaban continuar cultivándolas y cuidar la ermitapero viviendo en el pueblo.
Habían dejado ya toda la tierra, pero el se comprometía a seguir administrando la ermitasi le dejaban un campo que había a la puerta de la Virgen y las dos juntas que dejaban por limpiar la ermita.
Le dijeron que de eso ni hablar, que si quería le dejaban un huerto que hay cerca del pozo, pero de campos, ni uno ni medio.
Abandonaron la ermita al final.
Les hacía mucho duelo dejarla porque se sentían felices allí.
No tenían ningún contrato. Solamente la beneficencia por estar en la ermita.
De la gente de Plenas, de Loscos y de Monforte guardan muy buen recuerdo.
Les queda cierta amargura por los sucesos y tensiones que pasaron por los campos.
Después de ellos ya no ha subido nadie de ermitaño.
Carlos y Petra se marcharon a Zaragoza, y Carlos trabajó vendiendo “Iguales” hasta que se jubiló.
Ahora, la ermita, lleva una vida languideciente, como el campo, como los pueblos aragoneses. Una lenta agonía.
Bibliografía consultada
–CARO Baroja, Julio. Estudios sobre la vida tradicional española.
–FRAY LUIS de León. Poema “Que descansada vida…".
–GAYA Nuño, J. Antonio. El Santero de San Saturio.
–NAVARRO, Ignacio. Molinos y molineros. Cuadernillos culturales de Plenas nº 9.
–PATRIMONIO Artístico de la Provincia de Teruel. Editado por la D.G.A.
–REVISTA Arqueológica Aragonesa. Años 1987, 1988, 1989 y 1990.
–UBIETO Arteta, Antonio. Poblados y despoblados de Aragón.
Ficha catalográfca:
1a Edición 24-3-1992
Colección "Cuadernillos Culturales" nº 10
© Angel S. Tomás del Río
para la Asociación Cultural Manuela Sancho. PLENAS (Zaragoza)
Depósito legal Z-907-92
ISBN 84-88163-01-0
Impreso en España. Talleres Gráficos Gorfisa
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